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Capítulo 5

Sonó el celular. Era una publicación de Pilar en Instagram para avisar que estaba bien: Gracias a todos por su preocupación, ya estoy fuera de peligro. Y gracias a Moncho por estar siempre a mi lado cuando más te necesito. Te debo el resto de mi vida. La foto la mostraba recostada en la cama del hospital, entrelazando los dedos con Ramón, quien la acompañaba a su lado. Los dos se veían como una pareja perfecta. Pero Alejandra apenas les echó un vistazo antes de bloquear la pantalla del celular y dejarlo a un lado. Lo suyo con Ramón ya había terminado. No importaba si Pilar quería presumir o provocarla, a ella le daba igual. Ni le dolía, ni le alegraba. Se preparó una cena caliente, hecha por ella misma, y luego se fue a dormir. Con la casa completamente vacía, por fin pudo descansar como hacía años no lo hacía. Fue el primer sueño tranquilo que tuvo en mucho tiempo. A la mañana siguiente. Alejandra se preparó una taza de café molido a mano, se sentó en la mecedora del patio y, mientras escuchaba la radio matutina, estiró los brazos y se desperezó. Siempre ocupada con los asuntos familiares, esa era la primera vez que realmente disfrutaba de su vida. 'Esto debí haberlo hecho hace mucho: vivir por y para mí.' Después del desayuno, volvió a su cuarto con la intención de reunir todos los regalos que Ramón le había dado a lo largo de los años para devolvérselos. Pero al terminar de revisar todo, se dio cuenta de que podía contarlos con los dedos de una mano. Un par de cosas, sin valor alguno, baratijas que ni siquiera costaban unos pocos dólares. Y aun así, Alejandra las había guardado como tesoros, cerradas con llave en su cajón. Sin embargo, al sacarlas ahora, notó que el tiempo ya las había alcanzado: estaban amarillentas, mohosas. Tal como el amor que Ramón decía sentir por ella. Alejandra negó con la cabeza. 'Ramón, con lo maniático que es, ni loco querría estas cosas de vuelta.' Así que tiró todo en un barril de metal: los regalos, las fotos, los recuerdos. Y con un encendedor, prendió fuego a ese pasado. Las llamas se alzaron voraces, tragándose sin piedad cada rastro de lo que alguna vez fue bonito. Después de eso, Alejandra fue a tramitar su baja temporal de la universidad. Quería usar esos últimos días para viajar por los alrededores y cambiar de aires. Justo cuando Alejandra hojeaba unas guías de viaje, apareció Ramón. A diferencia de ella, que se veía tranquila y relajada, él lucía totalmente alterado. Desde que Mauricio le había contado que Alejandra recibió de vuelta los regalos sin mostrar ni una pizca de emoción, no había podido pegar el ojo en toda la noche. Él sabía mejor que nadie cuánto lo había amado Alejandra. No podía creerse que, después de todo, esa fuera su reacción. Pero al ver con sus propios ojos los restos chamuscados de los regalos y las fotos en el barril del patio, sintió que el mundo se le venía abajo. Esas cosas que antes Alejandra cuidaba como si fueran tesoros… ¿Ahora las trataba como basura? —¿Por qué quemaste los regalos que te di… y nuestras fotos? —preguntó, con la voz temblorosa. Alejandra levantó apenas los párpados y lo miró con calma. Su rostro estaba sereno, pero sus palabras eran como hielo. —Estaban guardados desde hace tanto tiempo que se llenaron de moho. Así que los quemé. Ramón se quedó pasmado unos segundos. Luego, como si algo se le hubiera encendido en la cabeza, la miró con desdén, —¿Así que sabías que iba a venir y por eso montaste todo este teatro? ¿Querías jugar al tira y afloja para recuperarme? —¡Alejandra Gómez, es que nunca dejas de ser tan irracional! Estuvo a punto de marcharse dando un portazo, pero de reojo vio unos papeles sobre la mesa de centro. Eran los documentos de su baja temporal de la universidad. Su mente se quedó en blanco, —¿Vas a dejar la uni? ¿Solo porque te pedimos que cedieras la patente a Pili? —¡Contéstame! ¿A dónde piensas ir? Una inquietud inexplicable se apoderó de él y, como si quisiera detener el tiempo, le agarró el brazo con fuerza. Alejandra estaba justo ahí, podía verla, podía tocarla… Pero por alguna razón, sentía que estaba a punto de perderla para siempre.

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