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Capítulo 4

En los ojos de Alejandra se dibujó una sonrisa sarcástica. Después de todo lo que había pasado, ya no esperaba nada de Ramón. Con absoluta calma, soltó tres palabras, —Ya lo sabía. Mauricio la miró incrédulo. —¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Después de todo lo que Moncho hizo por ti? ¿Ese es el cariño que le tienes? —Ale, desde que murió mamá, has estado… rara. —Pili casi se muere por tu culpa y tú, ni una sola palabra para saber cómo está. —Ya entendí… estás resentida porque Pili te quitó la atención de todos, ¿no? En el fondo, desearías que se muriera, ¿verdad? —¡Ella ya bastante jodida está! Y aun así, ¿tú sigues celándola? ¿En qué momento te volviste tan cruel? Al escuchar eso, a Alejandra casi le da risa. '¿De verdad creen que alguien que de verdad quiere suicidarse va a calcular tan bien la dosis para que justo la encuentren a tiempo?' Ya conocía ese juego de Pilar. Durante años, se había ganado el cariño de todos con esas jugadas sucias, robándole poco a poco cada gramo de afecto que alguna vez fue para Alejandra. Y por más que intentara explicarlo, no servía de nada.Porque incluso ahora, sin haber dicho nada, ya la estaban culpando de todo. Hasta su silencio era un crimen. Al salir, Mauricio le dejó una última puñalada, con un tono helado, como si se hubiera rendido por completo con ella. —¿Sabes qué? Ojalá el día del accidente, la que me hubiera donado sangre fueras tú… y no Pili. —Tú eres mi hermana de sangre, Ale, pero en el momento más crítico, te escondiste. Te odio por eso. Dicho eso, cerró la puerta de un portazo, sin siquiera voltear a verla. Hace medio año, Mauricio fue atropellado por un carro conducido por un tipo borracho. Perdió demasiada sangre, su vida pendía de un hilo. En el hospital, les faltaban 1400 mililitros para salvarlo. Braulio y Alejandra iban a donar juntos. Pero apenas le sacaron 200 mililitros, Braulio empezó a gritar que ya no podía más, pidiendo que le quitaran la aguja de inmediato. Cuando a Alejandra ya le habían sacado 800 mililitros de sangre, apenas y podía mantenerse consciente. Pero al pensar en su hermano tirado en la cama del hospital, apretó los dientes y le pidió al doctor que no se detuviera, que extrajera los 1200 mililitros completos. Cuando despertó, se encontraba sola en una sala vieja y desconocida del hospital. No había nadie a su lado. Ni un rostro familiar. Nada. Y fue entonces cuando lo supo: Braulio, con tal de que su hijo se llevara bien con la nueva estudiante becada, Pilar Gutiérrez, les había dicho a todos que fue ella quien donó la sangre. Después del alta, Alejandra se arrastró, aún débil, hasta donde estaba Mauricio para contarle la verdad. Pero lo único que recibió fue una bofetada. Él, entre lágrimas y gritos, le reclamó por no haber estado ahí cuando más la necesitaba. Le gritó que Pilar había dado tanta sangre por él, que casi pierde la vida. Alejandra, tragándose la decepción y el dolor, solo le dijo, —Ve al hospital… revisa los registros de transfusión. Ahí verás quién te salvó la vida. Pero él nunca lo hizo. Nunca fue a comprobar nada. Porque para Mauricio, no había duda: el 20% de la sangre que corre por sus venas era de Pilar. En su corazón, su hermana de sangre no era más que una ingrata que lo dejó morir. Y cualquier cosa que ella hiciera o dijera, siempre sería por conveniencia, por envidia, por maldad. A estas alturas, daba igual. Alejandra ya no tenía ganas de justificar nada. Estaba cansada. Cansada de todo. Sentada en el sofá, rodeada por el silencio de una casa vacía, ni un rincón emitía el más mínimo calor familiar. El viento aullaba afuera, colándose por la ventana. Ella cerró los ojos y se tapó los oídos, pero ni así lograba ahogar la pesadez en el ambiente, esa sensación sofocante que amenazaba con aplastarla por completo. Si en esta casa ya nadie la necesitaba, si nadie la quería… Entonces, tal vez lo mejor era desaparecer para siempre.

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