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Capítulo 3

Se cruzó con la mirada vacía de Alejandra. La de Ramón titubeó un instante. Pero al recordar que Pilar también estaba en el hospital, apretó los dientes y se dio la vuelta sin más, marchándose sin mirar atrás. Jorge lo observó boquiabierto. Desde hace tiempo, él sentía algo por su senpai, Alejandra Gómez. Sin embargo, siempre se decía a sí mismo que no tenía oportunidad—se decía que ella ya tenía un novio de toda la vida, y que se llevaban increíblemente bien. Por eso, enterró sus sentimientos en lo más profundo. Cuántas veces no había sentido celos de ese tipo que ni siquiera conocía. Y ahora… justo ahora, cuando Alejandra más necesitaba apoyo, ¿ese tipo simplemente se largaba a cuidar a otra mujer? La herida de Alejandra seguía sangrando. Pero era como si ya no sintiera dolor; sus ojos estaban completamente apagados. A Jorge le temblaban los labios del coraje y la impotencia: No podía entender cuán profundo la había herido Ramón, para que una joven tan alegre y luminosa como su senpai terminara convertida en un cascarón vacío. —Ale… voy por unas gasas para limpiarte la herida, ¿sí? Después de curarla, Alejandra le pidió que la ayudara a tramitar el alta del hospital. Antes de irse, Jorge la detuvo suavemente del brazo. Sabía que ahora la familia Gómez ya no era un lugar seguro para ella. Le dijo que, si no le incomodaba, podía quedarse unos días más ahí con él. Estaba dispuesto a cuidarla. Pero Alejandra solo le sonrió con tristeza y negó con la cabeza. No quería arrastrar a Jorge en todo esto. Era suficiente con que la lastimaran a ella. ... De vuelta en la casa de los Gómez. Braulio le había mandado un mensaje: [Pila acaba de salir del lavado de estómago. Necesita que la cuiden. No regresaremos esta noche.] [Te dejamos comida en la cocina. Si ya llegaste, sírvete.] Sobre la mesa del comedor, solo había unos cuantos platos con sobras: unos trozos de grasa y verduras marchitas, junto a una sopa fría. Claramente no era una comida preparada para ella. Eran las sobras de lo que no se comió Pilar. El rostro de Alejandra no mostró emoción alguna. Ya estaba acostumbrada. Desde que Pilar llegó a vivir a casa de los Gómez, Braulio se desvivía por ella, como si fuera de cristal. Decían que como Pilar creció en una zona rural, en las montañas, y desde chica no tuvo buena alimentación, todo lo bueno debía ser para ella primero. Alejandra, por ser mayor, tenía que "entender las cosas", tenía que ceder, sin quejarse, como si fuera su obligación entregar todo con una sonrisa. Y Alejandra, que nunca fue de pelear por nada, solo podía quedarse callada y ver cómo Pilar le quitaba todo lo que antes era suyo. Hasta su antiguo cuarto… ahora lo ocupaba Pilar. Y ella, Alejandra, tuvo que mudarse al ático, un espacio con goteras, donde dormía en una cama de tablas duras. Quizás, para Braulio, Pilar representaba exactamente el tipo de hija ideal: dulce, zalamera, con esa facilidad para ganarse a todos con un par de palabras. En ese momento, la puerta se abrió. Mauricio entró con una bolsa en la mano. Cuando vio a Alejandra, se quedó paralizado un segundo, y luego frunció el ceño, como si se hubiera topado con algo sucio y desagradable. —Vine a traerle a Pili sus cosas de baño. —dijo seco. —Y Moncho me pidió que te dijera que entre ustedes ya no hay nada. Que lo de ustedes se acabó, y mejor terminen bien. Pili volvió a recaer en la depresión, y él no puede dejarla sola. —Ah, y esto… —sacó una grabadora vieja de la bolsa, —Esto es tuyo. Se lo diste tú. Él me dijo que te lo devolviera. Era el primer regalo que Alejandra le había dado a Ramón. Cuando eran niños, ella no tenía dinero para comprar algo lujoso. Pasó medio año ahorrando lo que podía de su desayuno, hasta que pudo comprarse esa grabadora. Le grabó muchísimas canciones que a él le encantaban. Ella todavía recordaba claramente cómo Ramón la abrazó entre lágrimas, diciendo que atesoraría ese regalo por el resto de su vida. Y ahora… no solo rompía esa promesa como si nada, sino que ni siquiera tenía el valor de devolverlo en persona.

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