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Capítulo 2

Sin saber cuándo, Alejandra cayó rendida en un profundo sueño. En ese estado entre la vigilia y el sueño, tuvo un sueño muy vívido. Soñó con aquellos años de secundaria, cuando uno de sus artículos fue publicado en una revista médica. Volvió a casa radiante de alegría, llevando la revista como si fuera un tesoro. Pero nadie en su familia logró entender lo que decía. La hojearon con indiferencia y la dejaron a un lado como si no valiera nada. Solo su mamá la miró detenidamente por largo rato. Después, acariciándole el cabello con ternura y con los ojos llenos de amor, la felicitó con una sonrisa suave. Ella, curiosa, le preguntó si de verdad entendía lo que decía esa revista médica. Su mamá negó con la cabeza y, con una voz tan suave como el agua naciendo en primavera, respondió. —Mamá no entiende lo que escribes, pero al principio vi tu nombre. Eso sí lo reconozco. Ese atardecer quedó grabado en su memoria por mucho, mucho tiempo. Ahora, sus artículos aparecían una y otra vez en las principales revistas del país. Pero aquella persona que solía acariciarle el cabello y felicitarla con tanto orgullo… ya no estaba más. —Mamá… —susurró. Cuando Alejandra despertó, aún tenía rastros de lágrimas en las comisuras de los ojos. Lo primero que vio fue el rostro preocupado de un joven. Era Jorge Rodríguez, su compañero menor que estaba haciendo sus prácticas en el hospital. —¿Tus familiares siempre han sido así de fríos contigo, Ale? —soltó, visiblemente molesto. —Escuché a los paramédicos decir que estuviste al borde de la muerte, ¡y ellos tan tranquilos, en una comida familiar como si nada! —Y en estos dos días que estuviste inconsciente, ni uno solo vino a verte. Alejandra permaneció en silencio, sin mostrar ni una pizca de emoción ante esas palabras cargadas de rabia. Esa reacción tan extraña hizo que a Jorge se le apretara el corazón. 'Cuando el alma muere, ya ni duele…' Quizá eso era exactamente lo que estaba viendo en ella. —Ale, te compré un poco de atole con carne, trata de comer algo, ¿sí? Sin esperar respuesta, Jorge tomó una cucharada y se la acercó a los labios con suavidad, sin darle oportunidad de rechazarlo. Alejandra abrió la boca obediente y tragó despacio. Poco a poco, la imagen de Jorge frente a ella comenzó a superponerse con una figura del pasado. Cuando su madre falleció, Alejandra se volvió una sombra de sí misma. Abrazaba la foto del funeral, sin comer ni beber, negándose a ir a la escuela. Braulio, desesperado, la azotó con el cinturón hasta dejarla llena de moretones. Hasta su hermanito se había acurrucado en una esquina, temblando sin atreverse a emitir un solo sonido. Fue Ramón quien irrumpió en la casa de los Gómez y, con su pequeño cuerpo, se paró frente a ella para protegerla. También la había llevado de regreso a su casa y le dio de comer con sus propias manos. En aquel entonces, Ramón era como un rayo de luz en la oscuridad de su vida. Jamás habría imaginado que ese muchacho que una vez le prometió quedarse con ella para siempre… terminaría enamorándose de otra persona. —¿Alejandra Gómez? ¿Quién es él? Una voz helada la sacó de sus pensamientos. En la puerta de la habitación estaba Ramón, con el rostro torcido de enojo. Desde que se enamoró de Pilar, ya había tomado la decisión de terminar con Alejandra. Sin embargo, al ver a Jorge dándole de comer con tanta ternura, algo dentro de él se revolvió. Fue como si alguien le arrebatara, sin permiso, algo que le pertenecía. Jorge apenas iba a decir algo, a intentar explicar la situación, pero Ramón no le dio oportunidad. En dos pasos llegó hasta ellos y, sin decir una sola palabra, soltó un manotazo que tiró el tazón al suelo. El cuenco de cerámica se estrelló en mil pedazos. Las astillas salieron volando, una de ellas rasgó el brazo de Alejandra, dejando una herida larga y profunda. En un instante, la sangre comenzó a brotar con fuerza. El dolor le hizo estremecerse. Y sin embargo, Ramón no la miró ni una sola vez. Su mirada oscura estaba clavada en Jorge con una furia contenida, y su voz fue una orden tajante, —Lárgate. Ese tono… como si Alejandra fuera una muñeca de su propiedad que nadie más podía tocar. Pero justo entonces, su celular vibró. Al contestar, su expresión cambió de inmediato. —Pila se sintió demasiado culpable, tuvo una recaída de depresión y se tragó un montón de pastillas. Tengo que ir con ella al hospital para que le hagan un lavado de estómago. Luego vuelvo a verte, ¿sí? Lo dijo sin un solo atisbo de duda. No era una pregunta, era simplemente un aviso. Un "me voy" que no admitía réplica. Alejandra, con la mano cubriéndose el brazo ensangrentado, lo miró a los ojos. Frente a su rostro frío e imperturbable, soltó una sonrisa desolada, —Claro que sí. ¿Y qué más daba? Ramón… en ocho días, ya no tendrás que seguir fingiendo más.

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