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Capítulo 5

Viviana retiró con cuidado las últimas dos piezas que quedaban. Aunque las partidas de damas por lo general se definían con rapidez, Susana no estaba dispuesta a aceptar su derrota. En un intento desesperado por salvar su dignidad, hizo trampa de manera vil y descarada: —Aunque me ganaste primero, yo también iba a ganar. ¡Así que esto también cuenta como victoria mía! Con arrogancia, colocó una pieza más junto a las cuatro que ya tenía acumuladas. Viviana la observó por unos segundos, tal cual como si estuviese mirando a una completa idiota: —Pues en ese caso, supongo que yo también puedo seguir jugando. Acto seguido, colocó otra pieza en el tablero y capturó con facilidad cinco piezas más. En menos de un minuto, Viviana retiró casi todas las piezas restantes y bloqueó cualquier movimiento posible de Susana. La cara de Susana alternaba entre la ira y el temor, mientras exigía jugar otra partida más. Jugaron una segunda ronda, luego una tercera, una cuarta y así sucesivamente... Viviana alternaba entre dejar que Susana creyera que tenía oportunidad y luego humillarla poco a poco, o bien ganaba con rapidez y precisión implacable. En definitiva, la estaba tratando como a una completa estúpida. Al final Susana rompió en llanto por la frustración. —¡Ya basta! Cipriano intervino furioso, arrebatándole con brusquedad la caja de piezas a Viviana. Su expresión era aterradora. Al ver que Cipriano la defendió, Susana corrió hacia él y se lanzó sollozante a sus brazos, llorando desconsolada, como si Viviana realmente la hubiese maltratado. Cipriano comenzó a consolarla. Dolores también acudió de inmediato para reconfortarla, mientras apuntaba con indignación hacia Viviana: —¡Era solamente un juego! ¿Por qué te lo tomas tan en serio? Está bien claro que provienes de una familia bastante falta de educación y decoro. ¡Mucha vulgaridad y envidia es lo que tienes! ... Las voces alrededor de Viviana se fueron diluyendo hasta convertirse en un ruido lejano y confuso. El atractivo Cipriano, se había vuelto irreconocible ante sus ojos; una imagen borrosa y distorsionada, como una fotografía descolorida por el tiempo. Aquel que alguna vez brilló con intensidad simplemente en su corazón ahora no significaba nada. Y la verdad, ya no importaba. Quedaban solo veinte días. Que hiciera lo que quisiera. Con un gesto indiferente, dejó caer sobre el tablero las piezas que aún sostenía en su mano y se levantó con desgano. Unas cuantas gotas de sangre salpicaron sobre las piezas al caer. Al salir del lugar, notó que tenía los dedos fríos; al mirarlos, descubrió que, sin darse cuenta, se había clavado las uñas en las palmas hasta sangrar. —¡Viviana! Por primera vez, Cipriano la llamó preocupado. Se levantó de inmediato con la intención de seguirla, pero Susana se aferró con fuerza a su cintura, intensificando aún más su profundo llanto. Viviana abandonó furiosa la casa de los Guzmán. Durante todo el trayecto, su teléfono no dejó de sonar. Era Cipriano, insistiendo de manera constante. Ella terminó bloqueando su número. Luego envió un mensaje a Dolores: ¡Ciento cincuenta millones de dólares última palabra! Si falta un solo centavo, les haré pagar un precio muy alto por esto. Dolores casi sufrió un infarto al leerlo. ... Viviana conducía poco a poco por la carretera. Sin darse cuenta de en qué momento exacto sucedió, el cielo se cubrió de nubes grises y comenzó a llover suavemente. Sus pensamientos también se dispersaron un poco con aquella lluvia fina. De repente, una moto amarilla apareció frente a ella, adelantándose de manera peligrosa. Sobresaltada, Viviana frenó en seco. En un instante ... Un fuerte impacto resonó desde atrás, lanzando su cabeza con fuerza contra el volante. Un dolor agudo y punzante se extendió desde su frente hacia toda su cabeza. Al levantar la mirada, el mundo frente a ella se veía difuminado por una roja neblina. Tomó asustada un pañuelo y se limpió la sangre que caía sobre sus ojos. Había sufrido un golpe fuerte, mientras la moto amarilla que lo provocó ya había desaparecido del lugar. Toc, toc. Alguien tocó la ventanilla del auto. Viviana bajó lentamente el cristal. Un tipo de unos cincuenta y tantos años de edad, elegante, con gafas y aspecto refinado, sostenía un paraguas negro y mostraba una expresión de profunda disculpa: —Señorita, lamentamos mucho lo sucedido. Fuimos nosotros quienes chocamos con su vehículo y asumiremos toda la responsabilidad requerida. Además, quisiera pedirle un favor: mi señor tiene algo de prisa, ¿podría darnos su número y luego enviarnos los respectivos costos de reparación? Le prometo que cumpliremos con todos los gastos en su totalidad. —Será mejor esperar a la policía de tránsito. —Respondió Viviana con frialdad. Ella ya estaba de pésimo humor y, tras sufrir dos sobresaltos seguidos, sentía que había alcanzado su límite emocional. Salió bajo la lluvia, observó la parte trasera dañada por el Bentley que la había golpeado, hizo mala cara, tomó varias fotografías con su teléfono y llamó enseguida a la policía. Al ver su determinación, el tipo no insistió más y regresó al auto para informar la situación: —Señor, la señorita no quiere resolverlo en privado, ¿qué hacemos ahora...? El aguacero se intensificó. Desde el interior del vehículo, un tipo observaba de manera indiferente la figura femenina que estaba bajo la lluvia, cubriendo su frente ensangrentada mientras hablaba por celular. Todo en ella parecía sumergido en una profunda tristeza. Su camisa blanca estaba empapada, y las gotas de lluvia resbalaban desde sus largas pestañas hasta sus labios rojos... —¿Señor? —lo llamó con suavidad Enrique. El tipo miró con frialdad la hora en su reloj: —Samuel ya está en camino. En cuanto llegue, yo me iré. Quédate aquí y resuelve de una vez por todas este asunto. —Como mande señor. Viviana volvió al interior del auto Minutos después, llegó el vehículo de la policía, seguido por un Maybach plateado. Ambos autos se detuvieron casi al mismo tiempo. Viviana enseguida descendió del auto. Las personas en el vehículo detrás de ella también descendieron. Del vehículo trasero bajaron Enrique y un tipo alto, de aspecto distinguido y altivo, con piel clara y ojos profundos e intimidantes. Al notar la mirada insistente de Viviana, él se giró lentamente hacia ella; su mirada era sombría, penetrante y peligrosamente atractiva. Esa sensación... le resultaba algo inexplicablemente familiar. —Dáselo a ella. El tipo le entregó a Enrique el saco que llevaba en el brazo, y sin voltearse subió al Maybach. Enrique se apresuró hacia Viviana sosteniendo la prenda: —Señorita, su ropa está empapada, por favor póngase esto. Viviana bajó asombrada la vista y recién entonces notó que su camisa blanca, completamente mojada, ya transparentaba incluso su ropa interior. Avergonzada por esto, tomó el saco y de inmediato se cubrió con él: —Gracias... Enrique conversó a la menor brevedad con el policía mientras el Maybach volvía a arrancar lentamente bajo la lluvia. Viviana solo alcanzó a observar de forma fugaz el elegante perfil del hombre a través del cristal empañado. El saco aún conservaba el calor corporal de su dueño, y un suave aroma a sándalo disipó poco a poco el frío que la lluvia había dejado en su cuerpo. Tránsito hizo el reporte correspondiente y ambas partes intercambiaron sus respetivos contactos. Enrique insistió con amabilidad en acompañarla al hospital para revisar la lesión en su frente. Viviana rechazó de manera cortésmente la oferta. Ahora que se había calmado, se sentía ligeramente apenada por su actitud previa: —Lavaré el saco y se lo enviaré por correo. Aunque Enrique sabía que tal vez el señor no volvería a usarlo, respondió educadamente con una sonrisa amable. Viviana se dirigió sola al hospital. En otro lugar, Cipriano no conseguía comunicarse con Viviana. La lluvia repentina intensificaba aún más su angustia, generando en su mente incontables escenarios aterradores. Justo en ese preciso momento, recibió la noticia del accidente.

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