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Capítulo 4

Viviana llegó a la finca de los Guzmán alrededor de las 11:40 del mediodía. Cuando el mayordomo Carlos la vio llegar, quedó profundamente sorprendido. Sabía que vendría otro invitado, pero jamás imaginó siquiera que se trataría de la señora Viviana. Al pensar que el señor Cipriano y la señorita Susana estaban en la sala en ese preciso momento, se asustó y sintió cómo un sudor frío comenzaba a cubrir su frente. Además de los padres de ambas familias, los únicos que sabían que Cipriano y Viviana eran esposos eran Rafael y algunos empleados cercanos como el propio Carlos. —Acompáñeme, por favor. Carlos no tuvo más remedio que seguir las estrictas órdenes que le había dado la señora Dolores, aunque estaba se le veía bastante incómodo y nervioso. Antes de llegar a la puerta del salón, escucharon con claridad una voz femenina, dulce como campanillas, que decía en tono algo coqueto: —¡Gané otra vez, Cipriano! ¿Acaso me estás dejando ganar a propósito? Viviana se detuvo de golpe. Pero por una fracción de minuto su mente quedó totalmente en blanco, más enseguida comprendió lo que sucedía. —Ja, ja, ja... No pudo evitar sonreír de forma sarcástica antes de dar un paso hacia adelante y entrar. Debido a que ese día había estado trasladando libros, no se había maquillado y vestía con sencillez: una simple camisa blanca holgada, pantalón vaquero y su largo cabello sujetado casualmente con una cinta. Sin embargo, aun así, lucía impactante, con la piel blanca como nieve, ojos brillantes, labios rojos y carnosos y algunas hebras sueltas de su cabello que realzaban todavía más su belleza, con mezcla de inocencia y sensualidad. En el salón, Cipriano vio entrar a Viviana y no logró ocultar su sorpresa: —¿Qué es lo que haces aquí...? —Dolores me llamó. —respondió Viviana con voz indiferente y firme, la mirada cargada de ironía: —¿No dijiste que estarías en Miraflores? ¿Desde cuándo aprendiste a teletransportarte? ... Cipriano asombrado guardó silencio. Una sombra fugaz cruzó por sus ojos. Susana se levantó apresurada del sofá y caminó hacia Viviana, extendiendo la mano con evidente actitud provocadora: —Buenas, soy Susana. Viviana ni siquiera la miró, como si la otra mujer fuese completamente invisible. En ese preciso momento, Dolores entró a paso largo desde afuera. Miró por casualidad a Viviana y luego tomó cariñosa la mano de Susana: —Susanita, ¿te estás pues divirtiéndote? Considera por favor esta casa como la tuya propia. Luego presentó a Viviana en un tono frío y distante: —Mira ella es Viviana, gerente en nuestra empresa. La llamé para tratar algunos asuntos pendientes. Todos sabían perfectamente que Viviana era la esposa de Cipriano, pero Dolores insistía tercamente en presentarla como una simple empleada. Con esto dejaba claro que nunca había aceptado a Viviana en la familia, y al mismo tiempo enviaba un mensaje subliminal y directo a Susana: Viviana no era nadie, y no había ningún obstáculo para la unión entre las grandes familias Guzmán y Herrera. Susana levantó el rostro con arrogancia: —Ah, ¿así que solo eres una simple empleada? Viviana no prestó atención alguna ni a Susana ni a Dolores. Su mirada permaneció fija únicamente en Cipriano, observándolo en completo silencio. Quería ver cómo reaccionaba ante esto. Sin embargo, Cipriano mantuvo una expresión sombría e indiferente, sin mostrar la más mínima intención de aclarar o defender su verdadera identidad. ¿Acaso no comprendía en ese momento lo que estaba pasando? No, por supuesto que sí lo comprendía. Simplemente no le importaba humillarla. —Señora Dolores, ¿quería usted hablar conmigo? Podemos hacerlo aquí mismo, si lo desea. —Viviana miró a Dolores con serenidad. —Lo hablaremos otro día. Ya que estás aquí, quédate mejor a comer. —No hace falta, gracias. Tengo otros compromisos pendientes. —Respondió con altivez Viviana, girándose para marcharse. Dolores, molesta, le reprochó con voz severa desde atrás: —Cuando una persona mayor te invita a comer, debes por favor mostrar un mínimo de respeto. ¡Bastante mal educada eres! Viviana se giró lentamente, mirándola con rabia en sus ojos: —Pues muy bien. Me quedaré entonces a comer. Espero que no se arrepienta de haberlo hecho. Fue la primera en sentarse, escogiendo un asiento bastante apartado del resto. Susana, con absoluta naturalidad, volvió a sentarse junto a Cipriano y se sujetó con fuerza como si se fuera a perder de su brazo: —Cipriano, sigamos jugando al ajedrez. Cipriano retiró con suavidad el brazo y mantuvo su mirada fija en Viviana. —Jefe Viviana, ¿sabe usted jugar ajedrez? —preguntó Susana, dirigiendo también su mirada hacia ella. Viviana echó un rápido vistazo al tablero. Se trataba de un ajedrez de jade, exquisitamente tallado, pero según la posición de las piezas, claramente estaban era jugando damas. Incluso en algo tan sencillo como esto, Cipriano había perdido contra Susana... No era que Cipriano no supiera cómo complacer a alguien; simplemente no tenía interés alguno en complacerla a ella. Viviana levantó la mirada hacia Cipriano con una sonrisa en los labios: —Claro. ¿Desea usted jugar conmigo, señorita Susana? La expresión de Cipriano se endureció al instante, lanzándole una mirada llena de advertencia. Susana acomodó cuidadosa las piezas del tablero con evidente confianza: —¿Prefieres las blancas o las negras, jefe? Viviana tomó tranquila las piezas negras: —Las negras, creo que dan más suerte. Cipriano guardó silencio. Susana y Dolores estuvieron a punto de burlarse de forma abierta de Viviana. Habían visto personas ridiculizando a otras, pero jamás a alguien burlándose de sí misma. Después de unos minutos comprendieron que en realidad las ridículas eran ellas. Susana apretó los dientes y apresurada hizo la primera jugada. Una a una las piezas comenzaron a caer con rapidez sobre el tablero. Dolores observaba complacida cómo los movimientos de Susana parecían sumamente ordenados y meticulosos, mientras Viviana colocaba sus piezas de forma aparentemente dispersa y aleatoria. Claramente parcializada hacia Susana, Dolores lanzó una mirada cómplice y fugaz a Cipriano que decía: Observa, esta es la verdadera clase de una dama de alta sociedad. Sin embargo, Cipriano no mostró ninguna reacción al respecto. En el tablero, Susana sentía que estaba a punto de ganar varias veces, pero sus jugadas eran bloqueadas una y otra vez con destreza. Su ánimo oscilaba entre la ansiedad y la frustración. Aunque Susana no conseguía ganar, parecía que Viviana tampoco lo lograría. Quizás acabarían simplemente en un empate. Susana pensó despectivamente: Un empate con ella ya sería una humillación. —Es ahora tu turno. —dijo Viviana con calma. Susana ya había colocado tres piezas de forma estratégica en una esquina; solo necesitaba capturar una pieza más para asegurarse la victoria. Fingiendo tranquilidad, hizo su siguiente movimiento, observando atenta a Viviana, temerosa de que esta volviera a bloquearla. Al ver que Viviana parecía no notar su jugada y colocaba con destreza su pieza en otra dirección, Susana exclamó triunfante: —¡Gané! Dolores enseguida aplaudió con entusiasmo. Pero justo entonces ambas vieron cómo Viviana, con sus dedos blancos, finos y delicados, comenzaba con tranquilidad a recoger las piezas del tablero. Solo en ese instante se dieron cuenta de que Viviana ya había hecho jaque mate desde hacía ya varios movimientos. Dolores y Susana palidecieron al instante.

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