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Capítulo 3

Cipriano estaba detrás de Viviana, con el rostro sombrío y amenazante. Viviana notó las miradas incómodas de los presentes y volteó enseguida la vista hacia atrás. Así que él estaba allí. Giró de nuevo la cabeza hacia adelante y observó hacia una esquina del sofá. Allí estaba tan tranquila la muchacha de cabello corto, quien minutos antes, al verla llegar, había permanecido con las piernas cruzadas, jugueteando despreocupada con su cabello y mostrando una expresión arrogante. Ahora, sin embargo, ya no sonreía. Su cara lucía terriblemente descompuesta, y sus ojos reflejaban un odio visceral hacia Viviana. Al parecer, Cipriano y aquella chica habían estado reunidos allí con sus amigos. Por el tono con el que habían hablado momentos atrás, no era ni la primera ni la segunda vez que se encontraban de esa manera; era evidente, ambos ya habían llegado al punto de aparecer juntos en público sin ningún tipo de reparo. Cipriano dio un paso hacia adelante. Enseguida, el grupo de personas reaccionó como si hubieran sido liberadas de un hechizo. —Viviana, perdónanos que solo hablábamos estupideces, no debimos decir eso. —Viviana, Cipriano no tiene nada que ver con la señorita Susana. —Viviana, no lo tomes en serio... ... Cipriano tomó la muñeca de Viviana con fuerza, dispuesto a sacarla de allí. Viviana se giró furiosa y, sin dudarlo dos veces, le lanzó su bebida a la cara. El lugar quedó sumida en absoluto silencio. Todos sintieron escalofríos. ¿Cómo había podido Viviana atreverse a eso...? Pero al instante, la escucharon decir suavemente con una sonrisa perfecta: Tranquilo sigue divirtiéndote con tu querida. No quisiera arruinar tu buen humor. Luego bajó la cabeza y comenzó a apartar con fuerza su mano. Cipriano tenía el rostro terriblemente crispado. Sin decir más, la levantó con brusquedad, la cargó sobre su hombro y salió del lugar. Todos quedaron paralizados. En el pasillo, Viviana, colgada de la espalda de Cipriano, forcejeó intensamente tratando de liberarse. Justo entonces, llegó el ascensor. Cuando Cipriano entró y giró para acomodarse, Viviana pudo observar con claridad un par de elegantes zapatos de cuero negros, pantalón oscuro perfectamente ajustado a sus piernas largas y rectas, y una mano delgada, blanca y refinada y relajada. Cada dedo parecía tallado en puro mármol, elegante y firme. La atmósfera dentro del ascensor se volvió silenciosa e incómoda. Al salir del ascensor, Viviana no pudo evitar levantar la cabeza, encontrándose justo con unos ojos profundos, magnéticos y peligrosamente fulminantes. Viviana quedó sin palabras. Avergonzada, bajó la cabeza y se cubrió el rostro con la mano. Afuera del club. Cipriano la arrojó furioso al asiento trasero del auto y se metió detrás de ella. Viviana, aún mareada, trató de incorporarse con dificultad. Haber permanecido tanto tiempo cabeza abajo y luego ser lanzada con violencia al auto la hizo sentir al borde de una conmoción cerebral. Cipriano tomó enseguida una toalla húmeda para limpiarse. Viviana notó claramente que detrás de la caja de pañuelos había lo que parecía ser un condón. Al mismo tiempo escuchó la voz sombría de Cipriano reclamándole: —¿Qué pretendías haciendo ese teátrico ahí adentro? ¿Armar acaso un escándalo público sobre una supuesta infidelidad? Viviana abrió enfurecida la puerta del auto, dispuesta a bajarse. Este auto está demasiado sucio. —¡Viviana! —Cipriano la jaló enfurecido de nuevo hacia adentro: —¿A dónde te piensas ir ahora? ¿Es que no puedes dejar esto así? Viviana respiró agitada y presionó con fuerza su palma: —Quiero volver a casa. Cipriano llamó a Rafael, quien esperaba frente a la puerta del club, para que condujera el auto. Durante todo el trayecto, ninguno de los dos pronunció una sola palabra. Viviana se mantuvo alejada de él, pálida y con una expresión de náusea total, como si pudiera vomitar en cualquier momento. Al llegar a casa, bajó apresurada del vehículo. En la cocina bebió un vaso entero de agua helada de un solo trago, recuperando así algo de calma. Al salir, vio que Cipriano estaba sentado pensativo en la sala. Ella se acercó y tomó asiento justo frente a él. De nuevo, se estableció un silencio incómodo, hasta que Cipriano decidió romperlo diciendo: —Fui únicamente al club a discutir acerca de un proyecto importante, y tú apareciste allí para montar semejante escena tan absurda. Me has dejado en ridículo. ¿No te das cuenta de lo tonta, desagradable y vulgar que estuviste? —¿Algo más? —respondió Viviana con calma. —Si aún tienes intención de seguir viviendo conmigo, deja de lados esos celos absurdos. No tengo tiempo para manejar tus emociones. —Entendido. ¿Algo más? Cipriano disgustado dijo: —Viviana, ¿sabes lo insoportable que eres ahora mismo? Viviana se puso de pie con una leve sonrisa. Muy pronto dejaría de ser insoportable para él. Subió a paso lento las escaleras. Cipriano se sintió aún más molesto con esa sonrisa. Después de quedarse sentado por un largo rato en la sala, subió también al dormitorio y la encontró ya dormida. Tras darse una ducha, se acostó junto a ella. En la oscuridad, Viviana estaba recostada de lado, dándole la espalda y apartándose por completo hasta el borde de la cama para evitar cualquier tipo de contacto físico. Cipriano se acercó, la abrazó con brusquedad desde atrás y la atrajo hacia sí con clara irritación. Él era fuerte y corpulento; bastaba con que ejerciera algo de fuerza para impedir que ella se moviera. Viviana pasó la noche entera inmóvil y tensa. Por la mañana, muy temprano Viviana preparó desayuno solo para ella. Cipriano bajó cuidadoso las escaleras, la observó desayunando sola y, aunque estaba a punto de salir, cambió de opinión. Se acercó al comedor, se inclinó junto a ella y, suavizando el tono como si tratara de complacerla en ese momento, susurró: —Este fin de semana saldremos al mar, solo tu y yo, nadie más. Viviana bebía chocolate y respondió con un indiferente "ajá". Como era de esperarse, justo antes del fin de semana, él volvió a cancelar los planes alegando que debía ir a Miraflores. Viviana no sintió absolutamente nada al respecto. Quizás Cipriano no se había dado cuenta de cuánto tiempo llevaban sin compartir una comida juntos o sin disfrutar sinceramente de la compañía mutua. Aunque le advirtiera que no pensara en divorciarse, en realidad ya la trataba como aire. Incluso si un día ella desapareciera, tal vez él no lo notaría. Durante el fin de semana, Viviana tomó sus libros de la biblioteca, los guardó en una maleta y los llevó a su nueva casa. Mientras los organizaba, recibió una llamada inesperada de Dolores, quien casi nunca se comunicaba con ella. Viviana respondió con cortesía: —Señora Dolores, ¿cómo se encuentra usted? Dolores respondió arrogante: —Ven a casa. Sobre lo que hablamos antes, creo que es mejor firmar un contrato. —¿Es necesario? —Si yo digo que lo es, lo es. —Está bien, iré en la tarde. —Ven al mediodía. —De acuerdo lo haré. Como no tenía otros compromisos pendientes, Viviana aceptó sin objeciones. Del otro lado del auricular, Dolores miró complacida desde el segundo piso hacia el jardín, donde Susana Herrera paseaba junto a Cipriano. Ella quería mostrarle a Viviana cómo era en realidad una pareja perfecta y quién era, en definitiva, la esposa ideal para Cipriano.

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