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Capítulo 100

—Lo siento, Rocío. —Tomás se cubrió el rostro con las manos, su voz entrecortada por el dolor: —Creas o no, nunca quise lastimarte. Rocío rechazándole le contesto: —Ya no importa. Déjalo así. Tú quédate en Solarena, yo en Vientomar. Cada quien, en su lugar, sin volver a vernos. —No lo acepto, Rocío. No seas tan cruel conmigo. —Tomás, desesperado, extendió la mano para intentar detenerla. Pero Rocío retrocedió un paso con una sonrisa tranquila. No respondió. Caminó hacia la puerta, se puso los zapatos y, sin mirar atrás, salió de la casa. Tomás observó cómo su figura se alejaba cada vez más. Era solo cuestión de unos cuantos pasos, pero entre ellos parecía haber un abismo inseparable, como si nunca pudiera alcanzarla de nuevo. Rocío nunca giró la cabeza para mirarlo. Abrió la puerta del patio y, justo al salir, se encontró con José, quien estaba parado afuera. Ella se detuvo, sorprendida: —Buenos días, José. José miró por encima de su hombro hacia el interior de la casa,
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