Capítulo 5
Dos horas después, Sara abrió la puerta y salió.
Llevaba un osito de peluche en brazos y tenían los ojos tan hinchados como bombillas.
Este juguete era el único regalo que Felipe le había dado a Sara.
Sara lo consideraba un tesoro.
—Mamá, ya no lo quiero.— Sara levantó el osito de peluche, fingió una sonrisa y lo metió en las manos de Serena. —El señor Ruiz solo tiene dos oportunidades más.
—Bien.— Serena no sabía cómo consolar a su hija.
—Quiero celebrar una fiesta de mi cumpleaños e invitar a mis buenos amigos. ¿Mamá, puedo?— Sara levantó la cabeza, y Serena no quería rechazarla.
En años anteriores, siempre se celebraba el cumpleaños de Sara en casa, solo ella la acompañó.
Felipe nunca apareció.
Tampoco se preocupaba por ello nunca.
Serena estuvo de acuerdo, sabía que era una oportunidad que Sara le daba a Felipe.
Sara no dejaba de toser, y Serena, preocupada por su salud, le pidió unos días de permiso.
El fin de semana, Serena llevó a Sara al parque infantil, sentándose a un lado para elegir el lugar de la fiesta de cumpleaños.
De repente, oyó el llanto de Sara.
Al levantar la vista, vio que Pepe le estaba quitando algo.
Pepe fue grosero y imperioso, insistió en arrebatarle el juguete a Sara, pero ella no se lo dio, entonces él la empujó con fuerza.
Serena se acercó rápidamente y levantó a Sara.
—¡Discúlpate!— Serena miró severamente a Pepe.
Pepe apartó la mirada y mintió: —¿Por qué debo disculparme? ¡Ella se cayó por sí misma!
—Vi con mis propios ojos cómo empujaste a mi hija, debes disculparte con ella.
Pepe tenía una expresión de descontento, y al ver a la persona que venía detrás, de repente se sentó en el suelo y empezó a llorar a gritos.
—Pepe.— Felipe llegó apresuradamente para ver cómo estaba.
Nunca le había dado a Sara la inquietud y la preocupación en sus ojos.
Serena soltó una risa fría y triste.
Pepe le agarró el brazo y se quejó: —Papá, ellas me intimidaron, me quitaron mi juguetes y me golpearon.
Felipe se enfureció, se dio la vuelta y se sorprendió al ver a Serena y a Sara.
Su mirada cambió de preocupación a indiferencia en solo un segundo.
—¿Qué pasó?— preguntó él.
—Señor Ruiz, él me empujó,— dijo Sara, mirándolo ansiosamente. —Mi mamá y yo no lo molestamos, mi mamá solo quería que se disculpara conmigo.
Al ver a Felipe, Sara dejó de llorar, deseando su atención.
—Bien.— Felipe frunció el ceño. —¿Te lastimaste?
—No.— Sara negó con la cabeza, esbozando una sonrisa, pensando que Felipe se estaba preocupando por ella.
—Bien.— Felipe asintió con indiferencia y quería marcharse con Pepe.
Los ojos de Sara se oscurecieron.
Una tristeza indescriptible envolvió a Serena, la preferencia de Felipe era excesiva.
Felipe podía no amarlas, pero no debía lastimar a Sara una y otra vez.
—Detente.— Serena habló con enojo, deteniéndolos, —Él tiene que disculparse.
Felipe estaba insatisfecho con su capricho, y su expresión se enfrió un poco.
—No aproveches el tema para crear problemas.— La advirtió, —Es solo un niño.
Serena se decepcionó, pero no se apartó. —Señor Ruiz, no hay asuntos pequeños cuando se trata de niños. Si él empujó a Sara, debe disculparse. Hay cámaras en la tienda, si es necesario, podemos revisarlas.
Ella dijo que no por primera vez frente a Felipe.
Felipe se sintió extremadamente sorprendido, y el descontento en su rostro crecía cada vez más.
Serena no retrocedió.
Su hija sufrió demasiado, y Serena tenía que hacer justicia por ella.
A Felipe no le importaban los sentimientos de Sara, pero a ella sí.
Ella no le permitió respaldar al hijo de otra mujer para intimidar a Sara.
—Me disculpo en su lugar.— Felipe, al ver que Pepe no quería disculparse, dijo fríamente, —No lo hizo a propósito.
—Oye...— Serena se sintió desolada, él protegió tanto al hijo de Lilia.
—No pasa nada, te perdono. Mamá, vámonos.— Sara tomó de la mano a Serena, forzó una sonrisa y al darse la vuelta, derramó lágrimas.
Serena también estaba angustiada, su corazón parecía estar retorcido por una mano. —Bien.