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Capítulo 4

Cuando Sara fue llevada al hospital, ya había perdido la conciencia. El médico reprendió a Serena por no ser una madre digna, ya que había dejado que la niña se congelara de esa manera. Serena no se defendió, también se culpaba a sí misma. Sabía que Felipe no quería a Sara, pero aún así permitió que se la llevara. Realmente fue su culpa. —Papá, quiero a papá.— Sara murmuró el nombre de Felipe, su rostro se enrojeció por la fiebre. —Mamá, también quiero que papá me abrace. —Seré obediente. Sara no dejaba de llorar, las lágrimas empaparon su cabello. Serena estaba muy preocupada por ella. En ese momento, todavía pensaba en Felipe. Serena sostuvo el teléfono y finalmente llamó a Felipe. No contestó. —Nuestra hija tiene fiebre alta, espero que vengas al hospital a verla.—Ella le envió un mensaje. Hasta el amanecer, él no había respondido nada. Lilia actualizó su Instgram con una foto de ellos tres disfrutando del paisaje nocturno. Abandonar a Sara no le provocó ni el más mínimo remordimiento, incluso fue indiferente, sin preocuparse nada por ella. Serena perdió completamente la esperanza, dejó de albergar expectativas hacia él. En su corazón, Sara nunca era importante, y ella aún menos. Serena pasó toda la noche en vela, por fin Sara se despertó. —Mamá, lo siento, te hice preocupar.— Su madurez le preocupaba a Serena. —Tonta, no tienes que disculparte.— Serena contuvo las lágrimas. Si alguien debía disculparse, era ella con Sara. Por no haberle dado el amor de su padre. —Mamá, no llores, ya estoy bien. —Bien, no lloraré. Serena abrazó a Sara y le dio medicamentos y comida. Sara estuvo hospitalizada durante tres días, y el día que recibió el alta, Felipe por fin respondió el mensaje. —¿Todavía están en el hospital? Voy a recogerlas. Sara tomó el teléfono, vio el mensaje que apareció y sonrió con felicidad. —Mamá, el señor Ruiz dijo que vendría a recogernos. Al enterarse de que Felipe vendría a recogerla, Sara no pudo evitar sentir un poco de expectativa. Serena asintió y rezó en silencio para que Felipe no faltara a su cita. Incluso si fuera por la culpa de haber dejado a Sara, esperaba que cumpliera su promesa al menos una vez. El tiempo iba pasando, y la sonrisa en el rostro de Sara se desvanecía poco a poco. Desde la mañana hasta el mediodía, estuvo mirando fijamente la puerta de la habitación del hospital. Serena miró el reloj en la pared y luego miró a su hija. Sara sintió su mirada y dijo en voz baja: —El señor Ruiz no va a venir, ¿verdad? —Él debe estar demasiado ocupado y se olvidó de venir a recogerme. Mamá, vámonos.— Sara se engañaba a sí misma, fingiendo una sonrisa mientras saltaba de la cama y tomaba la mano de Serena. Serena sintió amargada y asintió con la cabeza. —Bien. Te llevaré a casa. Serena llevó de la mano a Sara fuera de la habitación del hospital y vio a Felipe en el ascensor. —Es papá.— Sara cambió cambió el tratamiento de nuevo. —Es el señor Ruiz. Él vino a recogernos. Al instante siguiente, Lilia salió del ascensor. Serena apretó la mano de Sara cuando esta intentó soltarse. Felipe se volvió y vio a Serena y a Sara, frunció ligeramente el ceño y pareció algo molestado. —¿Pepe está bien?— Lilia lo miró y él negó con la cabeza. —No pasa nada, solo un rasguño.— Felipe retiró su mirada y no las volvió a mirar. Serena comprendió que Felipe no vino a recogerlas. Solo se preocupaba por Lilia y su hijo. Incluso si ella y Sara tuvieran un accidente, su corazón no se conmovería en absoluto. Serena ya no podía describir sus sentimientos en este momento, bajó la cabeza y miró con ternura a Sara. —Sara. Sara le sonrió, —Mamá, vamos a casa. Se mantuvieron en silencio durante todo el camino, Sara miraba por la ventana sollozando. Al regresar a la villa, Sara se encerró en su habitación. Serena no la molestó, se quedó en silencio afuera de la puerta acompañándola.

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