Capítulo 3
Sara tenía el cuerpo rígido, levantó la cabeza y miró a Felipe y a Pepe.
Felipe lo tomó en brazos, con una ternura que Sara nunca antes había visto.
Al ver que Sara lo miraba, su mano tembló al abrazar a Pepe, pero no él hubo más reacción.
Con lágrimas de resentimiento en los ojos, Sara apartó la mirada para evitar el contacto visual.
—Pepe, no seas desobediente, ¿quieres que tu papá te sostenga de nuevo? Baja ahora.— Lilia intentó bajarlo, pero él se aferró con fuerza al cuello de Felipe.
—No quiero, me gusta que él me cargue, y a él también le gusta cargarme.— Pepe le dio un beso en la mejilla a Felipe. —Tengo hambre, quiero comer pastel.
—Bien, vamos a comer pastel. Felipe, entremos.—Lilia sonrió, siguiendo a Felipe, y después de caminar unos pasos no olvidó volverse y llamar a Serena.
—Señorita Castillo, apúrate.
Serena se agachó, Sara ya estaba llorando a mares, levantó su carita y le preguntó, —Mamá, ¿ellos son las personas que le gustan al señor Ruiz?
En ese momento, Serena no pudo contener más su tristeza, la abrazó y lloró junto con ella.
Esta escena fue demasiado cruel, incluso Serena no pudo soportarla, ni mucho menos Sara.
Serena no respondió, pero Sara ya sabía la respuesta.
—Mamá, quiero ir a verlos una vez más.— Sara se secó las lágrimas y tomó la mano de Serena. —Quiero ver a las personas que le gustam al señor Ruiz, ¿está bien?
—Sara, ¿qué tal si nos vamos a casa?— Serena no quería que ella se lastimara de nuevo.
Sara sacudió la cabeza con terquedad, —Quiero ir.
—Bien.
Serena tomó su mano y la llevó al salón de banquetes.
El salón de banquetes estaba animado y lleno de gente. Felipe, Lilia y su hijo eran el centro de atención.
Serena se sentó en silencio en un rincón con Sara, cuya mirada permaneció fija en Felipe.
La gentileza y el cuidado que él mostraba hacia Pepe eran algo que Sara siempre había anhelado, pero nunca había tenido.
Cuando lo vio alimentando en persona a Pepe con frutas, Sara se puso de pie.
—Mamá, al señor Ruiz realmente le gustan ellos. Se ve tan feliz. Vámonos, no lo molestemos.
Las palabras de Sara golpearon el corazón de Serena como una roca gigante, haciéndola sentir un dolor sofocante.
—Vámonos a casa.
Sara asintió con la cabeza.
Ella tomó la mano de su hija y se dirigió hacia la puerta.
—Señorita Castillo, deténgase.— El secretario de Felipe las interceptó. —El señor Ruiz dice que quiere llevar a Sara a divertirse y que me la entregue.
Él era la única persona en la empresa que conocía su relación.
—¿El señor Ruiz me va a llevar a divertirnos?— Los ojos tristes de Sara brillaron de inmediato, y buscó a Felipe entre la multitud.
El secretario asintió. —Sí, eso es lo que ordenó el señor Ruiz.
Mientras tanto, Felipe le envió un mensaje diciendo que llevaría a Sara a ver los fuegos artificiales.
Esta fue la primera vez.
Él se ofreció a llevar a Sara a salir.
Serena se sentía preocupada y no quería que fuera.
Al verla llena de ilusión, no pudo negarse.
—Sara, cuídate bien y llámame si necesitas algo.
—No te preocupes, mamá.— Sara estaba emocionada de estar con Felipe. —Seré obediente y haré que me quiera.
—Bien.
Serena le acarició la cabeza, sintiendo una amargura en su corazón, su hija todavía anhelaba el amor de Felipe.
Echó un vistazo en dirección a Felipe, esperando que Sara no se sintiera decepcionada.
Serena se fue sola y, apenas llegó a casa, recibió la llamada de su hija.
—Mamá, mamá, el señor Ruiz me abandonó. Tengo miedo.— Sara lloraba desconsoladamente, y Serena se puso nerviosa abruptamente.
—¡Sara! ¿Dónde estás?
Sara sollozaba, —Pues, no lo sé.
—No temas, iré a buscarte ahora mismo, no cuelgues el teléfono. Te acompañaré hablando. Llegaré pronto.— Serena buscó la ubicación del reloj de Sara en su teléfono y se apresuró a ir en carro a buscarla.
Cuando Serena encontró a Sara, estaba sentada sola al borde de la carretera, cubierta de una espesa capa de nieve, casi congelada.
Serena no pudo evitar llorar, como si toda su fuerza se hubiera agotado de repente, y abrazó a Sara en sus brazos.
—Sara.
—Sara, no tengas miedo, ya estoy aquí.
—Mamá, tengo mucho miedo y mucho frío.— Sara se refugió en su regazo, llorando con tristeza.
Sara estaba ardiendo de fiebre y, antes de llegar al hospital, ya tenía una fiebre muy alta, y murmuraba constantemente.
—Señor Ruiz, lo siento, no debería haberte llamado papá, no me abandones, no me abandonarás, por favor...
Serena tenía la mano temblada, le dolía tanto el corazón que no podía respirar.
Solo porque Sara lo llamó papá, Felipe la dejó cruelmente sola en el camino.
¡Ella solo tiene cinco años!
—No llores, Sara. Siempre estaré contigo. No te abandonaré.