1983. La noche ya había avanzado, afuera todo estaba oscuro, y solo una luz débil permanecía encendida en la sala de la casa Vargas. —Papá, mamá, estoy dispuesta a irme a vivir con ustedes al extranjero —Al escuchar estas palabras de Rosa, Pablo y Laura, quienes se encontraban al otro lado del océano, no pudieron evitar llorar de emoción.