Capítulo 9
La noche era como tinta, densa e impenetrable.
Bruno yacía en la cama, dando vueltas sin cesar, con una fina capa de sudor frío en la frente.
En su sueño, Alicia se acurrucaba en un rincón de la prisión, cubierta de sangre, mirándolo con ojos vacíos. Sus labios temblaban y su voz era tan débil que apenas podía oírse: —Bruno, sálvame...
Se despertó sobresaltado, incorporándose de golpe, con el pecho subiendo y bajando violentamente. Sus dedos se aferraban a las sábanas, volviéndose blancos.
La luz de la luna caía fría sobre el suelo, reflejando su rostro pálido.
Se pasó una mano por la frente para secarse el sudor, pero su corazón seguía latiendo con fuerza, como si la escena del sueño continuara ante sus ojos.
Al mismo tiempo, en la habitación de Gabriel también se oía una respiración agitada.
Él también despertó de un sueño en el que Alicia, llena de heridas, estaba de rodillas en el suelo, con las manos encadenadas, lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras su voz ronca suplica

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