Capítulo 12
Bruno y Gabriel quedaron paralizados, como si un rayo los hubiera alcanzado.
Sus ojos reflejaban una mezcla de incredulidad y profundo dolor mientras avanzaban tambaleantes hacia el cuerpo.
Con los dedos temblorosos, Bruno levantó lentamente la sábana.
Lo que vio fue un rostro carbonizado, casi irreconocible, pero aún se podía distinguir la silueta de Alicia.
Las lágrimas brotaron al instante de los ojos de Bruno; su voz era ronca, entrecortada: —¿Cómo pudo pasar esto? Aún no nos hemos casado. Dijiste que te casarías conmigo... No esperaste a que te llevara al altar.
El cuerpo de Gabriel temblaba levemente. Sus dedos se aferraban a la sábana con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos.
Su mirada, cargada de remordimiento y dolor, se clavaba en ella; su voz era baja, áspera: —Ali, lo siento, llegué demasiado tarde.
El aire estaba saturado del penetrante olor a quemado, y el sol brillaba sobre los escombros, haciéndolos aún más deslumbrantes, cruelmente vivos. Sentían como si

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