Capítulo 214
Cuando vi ese rostro erudito y apuesto como el de un dios, toda la opresión en mi corazón estalló de repente.
Sin importar los demás presentes, me lancé hacia él: —¡Gomi!
La calidez me envolvió, y el familiar y fresco aroma del pino me rodeó, haciéndome casi llorar.
Manuel me miró y sonrió con dulzura: —¿Qué pasa? Tienes los ojos rojos, pareces un conejito.
Me sentí un poco avergonzada y le di un suave golpe, murmurando: —¿Cómo has venido?
Manuel me observó seriamente y luego, acariciando mi rostro suavemente, dijo: —Escuché que alguien te iba a molestar, así que vine corriendo.
Un calor repentino brotó de mi corazón, y casi no pude evitar llorar.
Manuel, inclinándose hacia mí, susurró: —Sara, no llores.
Luego levantó la vista y escudriñó a los presentes.
Su mirada pasó por Nancy y Anita, deteniéndose finalmente en Víctor.
Víctor se enderezó involuntariamente.
Avanzó con sarcasmo: —¿Qué hace el presidente Manuel aquí?
Su mirada aguda iba y venía entre nosotros dos, especialmente sobre
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