Capítulo 8: Una patada sin piedad
Durante estos dos días que Marcos la cuidó en el hospital, ella estuvo tranquila, y a veces podía sentarse en la ventana durante una tarde.
Aprovechaba el momento en que Marcos salía para intentar escapar, pero cada vez que esas enfermeras la veían, la obligaban a entrar en la sala e incluso utilizaban sedantes. Ahora era como estar encerrada en una gran prisión.
Ese día, Marcos salió a comprarle el almuerzo, y ella se sentó sola en la cama sin decir una palabra.
La puerta se abrió en algún momento, y el olor del cuerpo de Carlos la hizo girar la cabeza. Cuando vio la cara que había estado anhelando, preguntó con un temblor:
—¿Estás aquí para... verme?
—Fírmalo —Carlos lanzó el documento en su mano frente a ella y pronunció una palabra con indiferencia.
—¡No! —cuadno vio las grandes palabras del acuerdo de divorcio aparecieron, lo tiró al suelo.
Carlos frunció el ceño. «¡Debo conseguir el divorcio!»
Contuvo su rabia, cogió el documento, y lo puso delante de ella.
—No lo tires
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