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Capítulo 64

Silvia en ese momento ya sabía lo que él iba a decir a continuación, y con un leve carraspeo, miró de reojo: —Ejem. Antes de que Diego y José pudieran interpretar el significado de su repentina reacción, escucharon a Ramón decir con un tono especialmente confiado y orgulloso: —Además de la amistad, la considero como mi dueña. Ella me indica a quién morder y yo obedezco sin reserva alguna. Silvia lamentó haber venido de manera impulsiva. No hacía falta adivinar lo que pensaba. Una vez más, Ana le había enseñado eso. —¿Te has vuelto adicto a ser un perro? —La verdad José no lo esperaba. —Comparado contigo. —Ramón exhalaba un aire de bravucón: —El ser un mastín tibetano era algo realmente adictivo. José se enojó de nuevo: —Di eso otra vez, a ver. Hoy nadie lo detendría. ¡Estaba decidido a acabar con este maldito hablador! —Silvita, vámonos. —Ramón, que no siempre era obediente, decidió huir después de desahogarse un poco con estos dos: —En el futuro, mantengámonos alejados de las personas

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