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Capítulo 89

—¡Ja, ja, ja...! Con la fórmula en sus manos, Eduardo soltó una carcajada maniática. Era como si un hombre moribundo en el desierto hubiera encontrado de repente un oasis, una salvación en medio de su desesperación. Con esta fórmula, el Grupo Rodríguez evitaría la bancarrota. Incluso en caso de fracasar, podrían renacer gracias a ella. María había logrado establecer una colaboración con la familia López, convirtiéndose en una presidenta destacada y en el foco de todas las miradas gracias a esta fórmula. —¡Sinvergüenza, bastardo, has robado la fórmula de mi familia y sufrirás una muerte terrible! —Eduardo, deberías ir al infierno, ¡eres un demonio...! Ana y Diego, medio muertos por los golpes, maldecían a Eduardo. —¡Insúltenme, cuanto más me insulten, más feliz me siento! —se reía Eduardo a carcajadas. En ese momento, aparecieron dos hombres. Uno era un hombre de mediana edad vestido de traje, el padre de Eduardo, Ángel. El otro, un hombre de unos treinta años, con una mirada penetrante

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