Capítulo 87
Jesús observaba atentamente el coche delante de él y una sonrisa se esbozó en sus labios. —¡Interesante!
También aceleró, y desde el Monte del Viento se escuchó el grito del copiloto adinerado:
—¡Jesús, también estás loco?!
Cuanto más se aproximaban a la cima de la montaña, más densa se volvía la oscuridad nocturna, y a pesar de tener las luces altas encendidas, era difícil discernir el tortuoso camino ascendente.
Pero desde el inicio, Isabel no había disminuido su velocidad.
Se sentaba en el coche, agarrando firmemente el volante con ambas manos, con una expresión serena mientras el paisaje se desvanecía velozmente.
La razón por la que la gente disfruta de los deportes extremos es probablemente porque les atrae la emoción de estar al borde de la muerte.
Isabel parpadeó rápidamente, y los recuerdos desfilaban por su mente como una película, cuadro a cuadro.
Los años más tranquilos de su vida fueron, sin duda, aquellos vividos en la familia Ramos.
Había sido tan ingenua al pensar que,
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