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Capítulo 44

Todo su cariño lo dio a Ana. Raquel, con sus largas pestañas caídas, aún intentaba levantarse: —¡Suéltame! Alberto sonrió un poco más abiertamente: —¿Te enojaste? Raquel se sintió divertida: —¿Qué derecho tengo yo para enojarme? Alberto preguntó: —Hoy me moví con fuerza, ¿te lastimé la cintura? Raquel negó: —No. La gran mano de Alberto cayó sobre su suave cintura, apretándola ligeramente, y preguntó en voz baja: —¿Es aquí? Sí, era allí. Cuando se bañó antes, ella había mirado la zona, y estaba morada y azul. Probablemente tomaría mucho tiempo para que se curara por completo. Ahora, el lugar dañado estaba siendo sostenido suavemente por la mano de él. La palma de su mano era cálida y alargada, y abrazaba suavemente su herida. Pero Raquel se resistía mucho. No le gustaba que él tratara de compensarla con algo tan superficial como un gesto de caridad, y mucho menos le gustaba su actitud de condescendencia. Preferiría que él fuera malo con ella siempre. Después de

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