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Capítulo 2

Raquel también lo miraba, repitiendo con un tono suave pero firme: —Vamos a divorciarnos, Alberto, ¿te gusta este regalo de cumpleaños? El rostro atractivo de Alberto no mostró ninguna reacción: —¿Es porque no pasé tu cumpleaños contigo que quieres divorciarte? Raquel le dijo: —Ana ha regresado al país, ¿verdad? Al mencionar a Ana, Alberto esbozó una ligera sonrisa despectiva. Y con pasos largos se acercó a ella, preguntando: —¿Te molesta Ana? Alberto, como el más joven de los titanes empresariales, tenía una presencia poderosa, con un aura de poder, estatus y dinero que emanaba de su figura. Al acercarse, Raquel, instintivamente, retrocedió un paso. Su espalda, delicada, se enfrió, y se encontró con la pared. En ese momento, la visión de Raquel se oscureció. Alberto ya estaba tan cerca que una mano apoyada en la pared la bloqueaba, quedando atrapada entre su torso musculoso y la pared. Alberto, con sus ojos hermosos, miraba hacia abajo, sus labios curvados en una sonrisa burlona: —Toda Solarena sabe que la mujer con la que voy a casarme es Ana. ¿No sabías eso cuando te casaste conmigo, convirtiéndote en la señora Díaz? No te molestó entonces, pero ahora ¿estás actuando como si te importara? El rostro de Raquel se palideció. Claro, él iba a casarse con Ana. Si no fuera porque él se convirtió en un hombre en coma, ¿quién hubiera tenido la oportunidad de casarse con él? Nunca olvidaría el día en que despertó. Al abrir los ojos y verla a ella, la decepción y la indiferencia eran claras en su mirada. Luego, siempre durmieron en habitaciones separadas, y nunca tuvieron relaciones sexuales. Él amaba a Ana. Raquel lo sabía, pero... Raquel lo miraba profundamente, su rostro se solapaba lentamente con el del joven que conoció de niña. Alberto, ¿realmente no me recuerdas? Al final, solo ella permanecía en su lugar. Ya basta. Esos tres años fueron solo una ilusión de su amor. Raquel reprimió el dolor y la tristeza que sentía en su pecho: —Alberto, terminemos con este matrimonio sin sexo. Alberto levantó una ceja, su voz grave y atractiva pronunció una palabra: —¿Sin sexo? Levantó la mano y le sostuvo la barbilla delicada, su pulgar presionaba suavemente sus labios rojos, un toque que la hizo estremecer: —Entonces, ¿es por esto que quieres divorciarte? ¿Acaso quieres sexo? El rostro de Raquel, delicado y hermoso, se sonrojó de inmediato, como un fruto maduro, rojo y jugoso. ¡Eso no era lo que ella quería decir! Ahora él, con sus dedos marcando un rastro de huellas, la presionaba de forma burlona. Raquel nunca imaginó que un hombre tan apuesto y elegante tuviera esta faceta tan madura y juguetona. Se atrevía a tocar sus labios de esa manera. Alberto la observaba por primera vez de tan cerca, siempre la veía vestida de negro y blanco, con un par de grandes gafas que la hacían parecer más vieja. Pero al acercarse, Alberto vio que su rostro era tan pequeño como una palma, y debajo de esas gafas, sus rasgos eran limpios y delicados, con unos ojos oscuros y brillantes que la hacían incluso más bella. Sus labios eran tan suaves. Cada vez que él los presionaba, la piel perdía el color, pero rápidamente volvía a la vida, frescos y seductores. Daba ganas de besarlos. Alberto miró fijamente a Raquel, su tono se volvió aún más profundo: —No me imaginé que la señora Raquel tuviera tanto deseo, ¿acaso tanto quieres a un hombre? ¡Pam! Raquel levantó la mano y le dio una bofetada. Alberto, sorprendido, giró su rostro hacia un lado. Raquel, con los dedos temblando por la ira, pensó que había sido demasiado humilde en su amor, y ahora, él la humillaba así. Raquel, furiosa, le dijo: —Sé que nunca has olvidado a Ana. Ahora te haré un favor a ti y a ella. ¡Le devolveré el puesto de señora Díaz! La cara de Alberto se volvió fría de inmediato, su expresión se endureció, como si una capa de hielo se hubiera formado sobre su rostro. Él, tan noble como era, nunca había sido golpeado, ¡nunca! Con una mirada fría y cruel, le dijo: —Raquel, si querías casarte conmigo, lo hiciste. Y si ahora quieres divorciarte, ¿por quién me tomas? ¿Qué soy para ti? Raquel soltó una risa amarga: —Un juguete. ¿Qué? Alberto se derrumbó. Raquel, con dolor en el corazón, dijo las palabras más amargas: —Eres el juguete que le quité a Ana. Ahora que me he cansado, quiero tirarlo. Alberto, con una expresión sombría, dijo: —Está bien, Raquel. Si eso es lo que quieres, vete. Pero no vengas llorando a pedirme que vuelva. Subió las escaleras y entró en su oficina, golpeando la puerta con fuerza. Raquel, agotada, se dejó caer lentamente contra la pared. Su cuerpo temblaba mientras se sentaba en el suelo, abrazándose a sí misma.Alberto, ya no lo amaré más. ... Al día siguiente, por la mañana. Carmen abrió la puerta de la oficina y entró. Alberto estaba sentado en su silla de oficina revisando documentos, era conocido por ser un adicto al trabajo. Carmen lo llamó: —Señor Alberto. Alberto no levantó la mirada, su rostro reflejaba su mal humor, el ambiente a su alrededor era tan frío que casi parecía haber congelado el aire. Carmen, con cuidado, puso la taza de café junto a él: —Señor Alberto, este café es de parte de la señora, lo preparó ella. Alberto, con la pluma en la mano, hizo una pausa, su expresión se suavizó ligeramente al ver el café. ¿Estaba ella tratando de hacer las paces? Raquel siempre había sido una buena esposa, cocinaba según sus gustos, lavaba su ropa a mano, y se encargaba de todos sus cuidados. Alberto levantó la taza, probó un sorbo. Era su café, con el sabor que le gustaba. Pero aún estaba molesto. La bofetada que le dio la noche anterior lo enfurecería por mucho tiempo. No iba a perdonarlo con una simple taza de café. Alberto preguntó: —¿La señora Raquel ha admitido su error? Carmen, mirándolo extrañada, le respondió: —Señor Alberto... La señora Raquel se ha ido. Alberto se quedó en shock y levantó la mirada hacia Carmen. Carmen sacó algo de su bolso: —Señor Alberto, la señora Raquel se fue con su maleta. Me pidió que le entregara esto, es lo que la señora Raquel me encargó antes de irse. Alberto tomó el papel y lo abrió. La palabra "Acuerdo de divorcio" irrumpió en su vista. Alberto permaneció en silencio. ¡Pensó que ella estaba buscando una reconciliación! Carmen continuó: —Señor Alberto, la señora Raquel le pide que termine el café y firme el divorcio lo antes posible. Alberto miró fríamente la taza de café: —¡Derrámalo! ¡Todo derrámalo! Carmen: —Señor Alberto, hace un momento le gustaba esta taza de café, ¿ahora ya no le gusta? Carmen no se atrevió a decir más, tomó la taza de café y salió rápidamente. El rostro de Alberto se oscureció. Echó un vistazo al acuerdo de divorcio; ella rechazaba todo el dinero, renunciaba a la propiedad. Alberto sonrió con desdén. Ella sí que tenía agallas, rechazaba todo lo suyo. ¿Acaso una chica de pueblo podría vivir sin su dinero? Hace tres años, hizo todo lo posible por casarse con él, ¿no era todo por dinero? En ese momento, Alberto entrecerró los ojos al ver la razón del divorcio. La razón del divorcio escrita a mano por Raquel: Porque el esposo no está en condiciones de cumplir con sus deberes conyugales. Alberto se quedó sin palabras. Su rostro se oscureció por completo. ¡Esa maldita mujer! Alberto sacó su celular y marcó el número de Raquel. El celular se conectó rápidamente, y la voz clara de Raquel sonó al otro lado: —¿Hola?

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