Capítulo 22
En ese momento, Raquel yacía debajo de él, con su cabello desordenado y brillante extendido sobre las sábanas. La casa matrimonial, decorada a mano por doña Isabel, tenía sábanas rojas. El rojo hacía que su piel blanca y suave brillara, dándole un aire algo seductor.
Si ella estuviera así debajo de otro hombre...
Alberto apretó el puño. Quería explicarse, quería decirle que lo que había enviado era medicina para ella, no hombres.
Pero las palabras no salían.
Raquel lo miró fijamente: —Aléjate.
Ella le pedía que se alejara.
Alberto no se movió.
Raquel comenzó a luchar. Solo pensar en cómo había llevado a Ana a su Villa de los Ángeles la noche anterior le hacía querer evitar cualquier contacto físico con él.
—¡Alberto, aléjate! ¿Te has lavado después de haber tenido sexo con Ana anoche?
Alberto se quedó sin palabras.
Él sujetó ambas manos de Raquel contra la cama y le advirtió con voz fría: —¡Raquel, no te muevas!
Raquel no iba a escucharlo; en cambio, luchaba aún má
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