Capítulo 164
Alberto estaba furioso, enfadado porque ella le había dicho que era la última vez, que no lo buscara nunca más.
Sus labios rojos y suaves se acercaron a él, pero él, impaciente, la apartó con la mano.
Sin embargo, las manos de Raquel, que antes estaban sobre su hombro, ahora se enredaron en su cuello, abrazándolo con fuerza. —Alberto, no me empujes.
Sus ojos, como dos charcos cristalinos, lo miraban fijamente, y su voz, suave y juvenil, tenía un tono entrecortado.
—Es lo mismo de siempre, este es nuestro secreto, no se lo contaré a Ana.
Raquel lo besó de nuevo.
Los ojos alargados de Alberto se pusieron rojizos, y es que un hombre que ha probado ese tipo de placer, como una bestia recién liberada, de vez en cuando no puede evitar recordar y añorar esa sensación. La forma en que ella lo buscaba con insistencia fácilmente encendía una chispa de deseo en él.
Él abandonó toda resistencia, y cuando ella empezó a invadirlo, él pasó al ataque, tomando con fuerza su delicado hombro

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