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Capítulo 138

Alberto se recostó nuevamente en la cama, pasando distraídamente la mano por su nuez de Adán; antes ni siquiera sabía que ella podía adoptar ese tono juguetón. Cada vez que lo hacía, sentía cómo su esculpida cintura se tensaba por completo. Pero, en serio, tenía que levantarse. Con suavidad, Alberto retiró el brazo y se incorporó. Entró al baño y se dio una ducha fría. Luego, vestido con una camisa negra y pantalones a juego, salió y se dirigió a su oficina, donde de pronto se detuvo. No estaba solo. Una figura femenina lo esperaba dentro. Ana había llegado. Ana giró la cabeza hacia él, esbozó una sonrisa con sus labios rojos y dijo: —Alberto, no me digas que apenas te acabas de levantar. Ya eran las ocho de la mañana, y Ana estaba allí. Nunca antes lo había visto levantarse tan tarde. Alberto quedó sorprendido; no esperaba que Ana llegara tan temprano. Justo en ese momento, el secretario Francisco irrumpió en la oficina con evidente prisa. —Presidente, acabo de ir al

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