Capítulo 33

Carmen, claramente fascinada, miraba con tanta atención que resultaba un poco descortés: —Lo siento, es una deformación profesional. Alberto, sin desenmascarar su obvia excusa, le pasó su teléfono: —Ayúdame a poner la navegación. Su protector de pantalla era un gato. A Carmen le sorprendió que un hombre como él tuviera un gato común y no una raza cara. —Yo también tuve un gato atigrado cuando era niña. —Confesó. —Lo tuve que dar cuando nos mudamos. —¿En serio? Alberto parecía desinteresado en el tema, su tono era distante. —Los gatos viven mucho tiempo, si todavía piensas en ese gato, podrías intentar buscarlo. ¿Continuar cuidándolo? Ella realmente consideró la posibilidad, pero pronto negó con la cabeza: —No, alguien más ha estado cuidándolo por nueve años, seguramente le tienen mucho cariño, no puedo simplemente reclamarlo. Después de configurar la navegación, colocó el teléfono en el carro y sacó el suyo para llamar a Alejandro. —Mira si Javier está en la entrada de la villa. Aleja