Capítulo 2
Aquella noche, Vicente se comportó de una manera muy extraña.
En la mente de Leticia solo quedaba una última pregunta, —¿Sigues molesto conmigo?
—De verdad que no. —respondió Vicente con un tono tranquilo, incluso con un matiz de resignación en su voz.
Leticia lo observó atentamente. Su expresión parecía sincera, pero ella seguía algo intranquila. Miró el reloj en su muñeca y, tras un instante de duda, decidió ceder, —Es muy tarde ya, mejor te acompaño.
Se dirigió hacia la entrada mientras hablaba, pero la voz de Vicente, cargada de impaciencia, la detuvo en seco.
—No hace falta. Voy a reunirme con unos amigos, llevarte sería incómodo.
Sus pasos se congelaron al escuchar aquellas palabras. En sus ojos brilló una mezcla de sorpresa y desilusión. No esperaba que él rechazara su ofrecimiento.
Recordó que, durante los primeros años de su relación, Vicente le había propuesto varias veces presentarle a sus amigos, pero ella siempre había rechazado la idea, excusándose en el trabajo. Ahora que era ella quien tomaba la iniciativa, ¿por qué él se negaba?
Antes de que pudiera decir algo, Vicente pasó junto a ella, cruzó la puerta y se marchó sin mirar atrás.
El lugar elegido para la reunión era un bar. Cuando Vicente llegó al reservado, los amigos que ya estaban allí lo recibieron con exclamaciones de asombro.
—¡Mira nada más quién se dignó a aparecer! ¿Qué milagro te trajo por aquí, señor Fernández? Pensé que otra vez pondrías alguna excusa para no venir.
—Eso, ya nos habías hecho pensar que ibas a abandonar la amistad por una mujer.
Vicente soltó una risa incómoda y se permitió un comentario sarcástico sobre sí mismo, —La verdad, fui un idiota. Por alguien que no me amaba, me alejé de mis amigos y me perdí a mí mismo.
Se acomodó en un asiento en medio del grupo y tomó una copa de la mesa. Dio un sorbo al licor, que dejó un rastro aromático en su boca. Sus ojos se llenaron de una melancolía apenas disimulada.
Antes, a Vicente le encantaba beber. Pero dejó ese hábito porque a Leticia no le gustaba.
Leticia siempre había pensado que se habían conocido en una cita a ciegas. En realidad, no fue así.
Vicente vio por primera vez a Leticia en el funeral de sus padres.
Tenía apenas diez años en aquel entonces, pero fue él mismo quien se encargó de organizar el entierro de sus padres.
Mientras los familiares intentaban consolarlo, pidiéndole que no estuviera triste y que atendiera a los invitados, él no pudo contenerse.
En el momento de empujar los cuerpos hacia el crematorio, rompió en llanto y salió corriendo, buscando refugio en un rincón apartado donde pudiera llorar en soledad.
Fue entonces cuando Leticia lo encontró.
Ella era la hija de la mejor amiga de su madre. Sin decir palabra, se sentó a su lado y le extendió una paleta con una suavidad que desarmaba cualquier dolor.
—¿Quieres un dulce? —le ofreció.
Vicente, con los ojos hinchados de tanto llorar, extendió la mano temblorosa para tomarlo. Desenvuelto el envoltorio, dejó que el sabor dulce del caramelo de leche inundara su boca, aunque las lágrimas seguían cayendo en torrentes, —Ya no tengo a mis papás… Los extraño tanto… —sollozó.
Ella, que también era apenas una niña de unos diez años, mostraba una madurez inusual para su edad. Levantó la mano y, con un gesto lleno de ternura, le acarició el cabello.
—No tengas miedo. Ellos siguen aquí contigo, solo que ahora es diferente. Es como si estuvieran en otro lado: cuando tú estás en la escuela, ellos están trabajando; cuando estás en casa, ellos están viajando. Si los buscas, parecerá que se cruzan, pero siempre estarán ahí.
—Y, algún día, los volverás a ver.
Vicente levantó la mirada y la observó, confundido pero reconfortado, como si esas palabras hubieran plantado una semilla de esperanza en su corazón roto.
Esa frase lo acompañó durante las interminables noches sin sus padres.
Se repetía a sí mismo que ellos seguían allí, solo que cada encuentro era un cruce de caminos.
Y, con el tiempo, se convenció de que un día volverían a encontrarse.
A lo largo de los años, Vicente jamás olvidó aquellas palabras, ni tampoco a la muchacha que se las había dicho.
Aunque lo único que sabía de ella era su nombre: Leticia.
Pasaron muchos años hasta que el destino los volvió a unir. Ya siendo un adulto, la madre de Leticia organizó una cita a ciegas entre ellos.