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Capítulo 1 ¿Me quieres?

Angélica se preparaba para llevar documentos a la oficina del presidente cuando recibió una llamada de la tienda de vestidos de novia. —Señorita Angélica, el vestido de novia que se probó la última vez ya está listo y a su medida. Puede venir a probarlo de nuevo. —Está bien. Colgó el teléfono y Angélica tocó dos veces en la puerta de la oficina del presidente antes de entrar y descubrir que Daniel no estaba allí. Él no había estado presente la última vez que se probó el vestido, y ella había pensado en llevarlo con ella esta vez, pero no estaba. Ya casi era hora de cerrar, así que Angélica fue sola a la tienda de vestidos de novia. La tienda, con su arquitectura europea vintage y una atmósfera artística única, era una de las mejores en Puerto Azul. El personal, al saber que Angélica era la futura heredera de la familia Herrera de Puerto Azul, la recibió con gran respeto tan pronto como bajó del auto. —Señorita Angélica, el vestido está en el probador de atrás. Viendo que el empleado quería acompañarla, Angélica sonrió: —Iré mejor sola. Caminó a lo largo de un corredor curvo, admirando los diversos y hermosos vestidos de novia expuestos, mientras la alfombra suave casi absorbía el sonido de sus pasos. El próximo segundo, oyó voces familiares provenientes de uno de los probadores. —Pórtate bien, no hagas escándalo. —¿He hecho escándalo? Solo quería asistir a tu boda, ser dama de honor, ¿eso tampoco se puede? La voz del tipo era grave y dominante, mientras que la respuesta de la mujer estaba llena de tristeza. El corazón de Angélica latió más fuerte y sus pasos se hicieron más pesados mientras se acercaba lentamente a la puerta del probador. La puerta estaba entreabierta, lo que hacía imposible ver claramente el interior, pero las voces se volvían cada vez más claras. —¡No! —¿Por qué? Solo quiero estar cerca de ti al menos tan siquiera por tan solo una última vez... —Porque si vienes, no podré resistirme a escaparme de la boda.— El tipo parecía ceder, luego añadió: —Pórtate bien, te gusta ir de compras, ¿no? Ve a Venturosa por unos días, compra todo lo que quieras con mi tarjeta. Terminada la boda, iré a buscarte. —¿Y eso qué soy yo para ti? ¿Tu sobrina? ¿O tu quizás mejor amante secreta? Mejor déjame ir, Tío Daniel...— La mujer comenzó a sollozar. El tipo parecía resignado y algo ansioso: —¿No te he dicho que lo que importa no es el estatus, sino el corazón? ¿No sabes a quién pertenece mi corazón? Un silencio cayó en el probador por unos segundos. —¿Podrías simplemente no casarte? — La voz de la mujer se suavizó. —Deja de decir pendejadas, solo confía en que lo que hago es por nuestro futuro juntos. Angélica escuchaba la conversación desde fuera, sintiendo cómo la sangre se le revolvía y explotaba en su cerebro, devorándola sin defensa. Las voces pertenecían a Daniel, el tipo con quien se casaría en un mes, y a Brisa Villalta, la bisnieta adoptada por el abuelo de Daniel, Octavio Herrera, y a quien Daniel consideraba nominalmente su sobrina. El tipo al que había amado durante ocho años, quien había sido tan considerado con ella, ¡tenía a otra mujer en su corazón! En ese momento, su mundo parecía haber perdido todo color. Se escucharon más voces desde el probador, junto con gemidos incómodos. Angélica se mordía el labio para evitar hacer ruido. Las lágrimas nublaban su visión mientras luchaba por levantar sus piernas pesadas como el plomo y se apresuraba a salir. El crepúsculo caía, las luces de la calle se encendían y las personas pasaban a su lado, indiferentes. Parejas felices, radiantes después del trabajo, le parecían burlonas. Parecían mofarse de ella y de su amor, como si fuera una gran broma. Desde niños, Angélica conocía a Daniel, quien era cuatro años mayor que ella. Él siempre la había protegido y defendido de aquellos que la molestaban. Ahora recordaba que Daniel también parecía cuidar mucho de Brisa. Cuando comenzó a interesarse por el amor, Daniel, cada vez más guapo y con una presencia distinguida, se convirtió en el objeto de su amor secreto. Más tarde, cuando cumplió veinte años, Don Octavio arregló su compromiso con Daniel. Su deseo se hizo realidad, y Daniel la trató con gran afecto, incluso haciéndola su secretaria para estar juntos todos los días. Justo cuando se acercaba el momento más importante de su vida, escuchó esas palabras. La música a todo timbal y las luces de neón la sacaron de sus pensamientos cuando se dio cuenta de que había llegado al Bar Azul. Se detuvo un momento y luego entró. El bartender le sirvió el tequila que había pedido. Casi no bebía, pero esa noche bebía una copa tras otra. No era la primera vez que estaba en Bar Azul; la última vez había venido con Daniel. Era el cumpleaños de un amigo, y todos insistían en que bebieran juntos. Daniel, sonriendo, les pidió que no la asustaran, diciendo que ella no bebía. Ahora pensaba que no era por miedo a asustarla, sino porque él no quería beber con ella. Angélica apretaba su vaso, sonriendo irónicamente mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Bebió lentamente, y su mirada confusa cayó sobre un rincón. Un tipo estaba sentado allí, visible a pesar de la luz tenue, bien guapo y con gafas sexis. Un traje azul oscuro resaltaba su figura esbelta. Inconscientemente, Angélica se levantó y se acercó a él. Controlando su andar tambaleante, se detuvo frente al tipo y preguntó: —¿Me quieres? Daniel nunca había hecho el amor con ella; ella pensó que era porque la amaba y quería esperar hasta la noche más importante. Pero había sido ingenua. Si Daniel podía tener una amante, ¿por qué ella no podría tener una aventura con un tipo guapo? El tipo levantó la barbilla, mirándola con frialdad, sin decir una palabra. Viendo que no respondía, y con su raciocinio empañado, sacó unos dólares de su bolso y se los dio al tipo. —No perderás nada. El tipo finalmente habló, con una voz baja y magnética: —¿Cómo sabes que no perderé? Angélica, con los ojos empañados por las lágrimas, mostró una pizca de decepción, —Entonces, ¿tampoco te intereso? Era un fracaso completo; Daniel no la amaba, y este desconocido tampoco estaba interesado en ella. Angélica se giró para irse. Había dado apenas un paso cuando el tipo se levantó de repente, su alta figura imponente bajo la luz tenue. Agarró su muñeca: —¿Estás segura? Sorprendida por su acción, Angélica se quedó paralizada. —¿Qué, te has arrepentido acaso? — preguntó el tipo, con una mirada profunda y una sonrisa irónica.
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