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Capítulo 6

Todas las obras de ingreso fueron destruidas, y Rocío solo pudo alquilar un estudio fuera para tratar de terminar de pintar todo antes de irse a el Reino Unido. Por estar constantemente en el estudio y volver tarde, casi no había visto a Tomás durante ese tiempo. Hasta que llegó el cumpleaños de Luis, y ella tuvo que ir. La fiesta fue gigante y fue mucha gente. Luis estaba acompañado por Laura, y Carmen abrazaba cariñosamente el brazo de Tomás; los cuatro estaban en el escenario, como una familia muy unida. Ana y Rocío parecían dos extrañas. Rocío notó la tristeza de Ana y, en silecnio, apretó su mano para consolarla. Al ver lo mal que se sentía Ana, se sintió culpable. Durante años, por las propiedades dejadas por sus padres y por ella, Ana había sufrido mucho en la casa de los López. Rocío lo había visto todo y odiaba su propia impotencia. Especialmente esa noche, al ver a Luis mostrando a su mujer preferida delante de todos, sin preocuparse por Ana, Rocío por primera vez pensó en persuadir a Ana para que se divorciara. Aprovechando que Luis y Laura se habían ido a brindar, ella le susurró a Ana: —Ana, sé que no has sido feliz aquí todos estos años. ¿Por qué no te vienes conmigo a...? —¿A dónde piensan ir? Rocío levantó la vista y vio a Tomás frente a ella, con una expresión extraña. Ella se tensó, intentando parecer tranquila: —Nada importante, solo pensaba llevar a tía Ana de vacaciones durante las fiestas. Tomás parecía querer decir algo más, pero,Carmen, acercándose con una copa de vino, los interrumpió. —Tomi, ¿de qué hablaban? Tomás se tragó sus palabras, —Nada, ¿cómo llegaste aquí? —El señor Luis pidió que la señora Ana se acercara un momento, vine a buscarla. Ana le dijo algo rápidamente a Rocío y se fue, para no causar un drama delante de los jóvenes. En cuanto se fue, Carmen, con copa en mano, le dijo a Rocío: —Rocío, el señor Luis acaba de anunciar que ya hemos fijado la fecha de nuestra fiesta de compromiso. Nos vas a felicitar, ¿verdad? Los pestañeos de Rocío temblaron, se levantó con su copa, miró cómo se alejaban abrazados, y forzó una sonrisa: —Tomás, Carmen, les deseo felicidad. Dicho esto, alzó la copa y la vació de un trago. No se dio cuenta de que la mirada de Tomás se volvió amenazante. Carmen sonrió aún más, —Tomi, en nuestra boda, ¿por qué no invitamos a Rocío a ser una de nuestras damas de honor? Rocío apretó más la copa. En su oído resonó la voz suave de Tomás: —Como quieras, organízala como prefieras. Justo cuando Rocío estaba a punto de soltar la copa e irse, ocurrió un accidente inesperado. Un candelabro de cristal que colgaba sobre ellos se desprendió de repente. El incidente sucedió tan rápido que Rocío no tuvo tiempo de esquivarlo. En el instante en que el candelabro la tumbó, vio cómo Tomás rápidamente protegió a Carmen con sus brazos y la llevó hacia atrás. Roció sentía un dolor agudo en la muñeca derecha, mientras su sangre carmesí se derramaba sin cesar, tiñendo su vestido. Mientras tanto, Tomás no le dirigió ni una mirada, ocupado consolando a Carmen, que estaba llorando. El accidente alarmó a todos, y Ana llegó corriendo al ver a Rocío tumbada en un charco de sangre, pálida de miedo. —¡Llamen a una ambulancia, llevemos a Rocío al hospital!— gritó Ana, apartando el candelabro que estaba sobre Rocío y arrodillándose para cubrir su muñeca sangrante, llorando. Fue entonces cuando Tomás finalmente miró hacia Rocío, y justo cuando iba a acercarse, Carmen se retorció en sus brazos. —Tomi, me torcí el pie, me duele mucho. Esas palabras detuvieron a Tomás en seco. Él se agachó, levantó a Carmen en brazos y ordenó a un empleado del hotel: —Organicen transporte para llevarla al hospital. Luego se fue con Carmen en brazos, sin mirar atrás. Luis también se acercó solo un momento antes de continuar atendiendo a los invitados con Laura. Ana, bajo miradas de compasión y burla, llevó sola a Rocío al hospital con mucha prisa. Rocío estaba muy herida; además de una fractura en el brazo, los tendones de su mano derecha fueron cortados por el filo metálico del candelabro. Después de dos horas de cirugía, lograron reconectar los tendones. Cuando la trasladaron a la habitación, Ana se quedó a su lado hasta que pensó que Rocío se había dormido y salió de la habitación sin hacer mucho ruido. La supuestamente dormida Rocío abrió los ojos cuando escuchó una conversación afuera. —Doctor, ¿qué tal está Rocío? Cuando se recupere, ¿afectará esto a su habilidad para pintar? —Señora Ana, lo siento mucho. La lesión en la muñeca de la señorita Rocío es muy grave, y aunque se recupere bien, es probable que tenga dificultades con su motricidad fina, lo que afecta su capacidad para pintar. Pero, no pierda la esperanza, con una buena recuperación, quizás haya un milagro. Lágrimas tímidas recorrieron las mejillas de Rocío mientras cerraba los ojos, recordando el momento en que Tomás protegió sin dudar a Carmen, y las palabras del doctor resonando en su cabeza. Sabía que sus sueños y el último deseo de su madre se habían desvanecido ese día. Ya no podría ir al Reino Unido. Esa noche, Rocío se dio vueltas y vueltas en la cama, toda la noche. Hasta que un rayo de luz matinal se filtró por la ventana, escuchó que alguien abría la puerta de la habitación. Pensando que era una enfermera para el control rutinario, escuchó a alguien acercarse y sentarse a su lado en la cama. Una mano tocó su cara, limpiando suavemente las lágrimas con tenura. El sutil aroma era el de Tomás. Rocío abrió los ojos y pudo notar algo en Tomás por un instante antes de que él fingiera no sentir nada rápidamente. Dudó de lo que veía. En los ojos de Tomás, vio arrepentimiento y dolor. Pero, en un instante, la expresión de Tomás se volvió seria, se apartó y dijo: —Ya estás despierta. Me contó la señora Ana que tus heridas son graves. Deberías concentrarte en recuperarte y olvidarte de ir al Reino Unido. El corazón de Rocío se hundió y fijó su mirada en Tomás, —¿Cuándo te enteraste? —Hace unos días, pasé por tu escuela y me encontré con tu profesora. Me dijo que habías solicitado estudiar en el extranjero y que todos los trámites estaban listos. ¿Por qué tomarías una decisión tan grande sin decírmelo? Rocío comprendió de repente por qué Tomás la había mirado tan raro en la fiesta. Ya sabía que ella estaba mintiendo. —¿Así que intentaste impedir que fuera al Reino Unido, no me salvaste a propósito?— Rocío miró a Tomás, pálida, sus palmas casi sangrando de la tensión. Tomás se molestó, —¿Por qué pensarías eso? Que te salve o no, no tiene nada que ver con que vayas al Reino Unido. Las manos de Carmen son importantes para su sueño de tocar en la Sala Dorada de Viena. No puede lastimarse. —Sus manos son importantes, ¿y qué hay de las mías? ¿Qué pasa con mis sueños? Eso era el último deseo de mi madre, ¡tú lo sabías!— Rocío ya no pudo contener su emoción y alzó la voz para cuestionarlo. —Rocío, cálmate,— dijo Tomás, mirándola como si fuera una niña que no entiende las cosas, con una mezcla de impaciencia y resignación en su mirada, —Carmen ya ha ganado algunos premios internacionales, y quizás tú no tengas ese tipo de talento. —Además, no apoyo que persigas la pintura solo por la voluntad de tu madre. Y la familia López puede mantenerte, no necesitas esforzarte tanto.

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