Capítulo 9
La noche antes de la boda, la casa Vargas estaba sumida en el caos.
Abajo, las luces brillaban intensamente. Elena dirigía a las sirvientas mientras movían los suministros para la boda y decoraban la casa.
Arriba, en la habitación de Rosa, una luz tenue iluminaba el lugar.
Ella estaba sentada sobre la alfombra, cuidadosamente guardando los regalos que Mario le había dado a lo largo de los años en una gran caja.
El primer regalo de Mario fue un osito, cuando Rosa llegó a la casa Vargas.
En aquel momento, Rosa estaba asustada y no podía dormir. Mario entró sigilosamente en su habitación con el osito y le contó historias antes de dormir, diciéndole que el osito era un pequeño hermano que la cuidaría en su lugar.
Las zapatillas de ballet fueron un regalo cuando decidió estudiar danza. Mario mandó a alquien que personalizara las zapatillas desde el extranjero para animarla, diciendo que le traerían luz en el escenario.
Los zapatos de cristal, regalados en su decimoctavo cumpleaños, fueron colocados por él mismo en sus pies, diciéndole que ya había crecido, pero que siempre dependería de su hermano.
Rosa guardaba cada regalo con esmero, luego levantó la caja y comenzó a bajar las escaleras lentamente.
La casa, llena de decoraciones festivas, le recordaba en silencio que este hogar pronto recibiría a una nueva dueña.
Rosa no miró más las decoraciones, sino que, abrazando la caja, caminó hacia la salida.
Al salir, se cruzó con Mario, que venía de casa Ruiz. Al ver la gran caja que llevaba, una sensación de pánico lo invadió: —¿A dónde vas?
—A deshacerme de algunas cosas innecesarias.
Rosa respondió con frialdad, intentó rodearlo para salir, pero él la llamó.
—¡Rosa!
Al ver cómo se alejaba sin miramientos, Mario sintió que su corazón se apretaba. Desde ese incidente, ella parecía haber cambiado completamente.
Pensó que ella podría haberse enojado, pero Rosa se mantenía tan serena que eso le aterraba.
Rosa se detuvo y lo miró, al segundo siguiente, lo escuchó decir: —María me dijo que te gustaría que fuera dama de honor en su boda.
Al escuchar eso, Rosa contestó con una sonrisa distante y educación: —Ahora ella es mi cuñada, no mi amiga. Este tipo de cosas no son para alguien como yo, una subordinada. Mejor busquen a otra.
Tras decir esto, no le dio más importancia y continuó caminando hacia la salida.
No era que no fuera adecuada, sino que, el día de su boda, ella ya se iría.
La noche antes de la boda.
Rosa, con una caja en las manos, fue a buscar a Carlos y Elena.
—Papá, mamá —Al ver sus caras llenas de cariño, sus ojos se humedecieron. —No podré asistir a la boda de Mario mañana.
—Mis padres biológicos ya compraron un vuelo para mañana por la mañana, y tengo que irme.
Carlos y Elena se miraron sorprendidos: —¿Tan de repente?
Rosa sonrió suavemente y sacó de su bolsillo un montón de sobres: —No es tan repentino, debí irme hace mucho tiempo. En esos sobres están los ahorros de todos estos años. Es justo suficiente.
Lo suficiente para devolver todo lo que la familia Vargas había gastado en ella durante estos años.
Carlos y Elena negaron con la cabeza, intentando devolverle el dinero: —Hija, no...
Pero Rosa, con firmeza, lo rechazó y les pidió que lo aceptaran. Luego se inclinó ante ellos y, con una expresión solemne, les dio una profunda reverencia.
Ella levantó la cabeza, con lágrimas en los ojos.
—Papá, mamá, gracias por todo lo que hicieron por mí durante estos quince años. Nunca olvidaré su amor y cuidado. A partir de ahora, Rosa no estará siempre a su lado, pero les deseo mucha salud y felicidad.
El día de la boda.
Mario debería estar participando en la ceremonia, pero se quedó allí, afuera de la habitación de Rosa.
Mirando la puerta cerrada, su corazón se llenó de dolor. Sentía como si algo muy importante se estuviera perdiendo si se iba.
—¿Qué pasa con Mario?
Rosa salió de su habitación y vio a Mario de pie en el umbral, sujetándose el pecho.
La distancia y el frío en sus ojos hicieron que su corazón diera un vuelco.
Él respiró profundamente: —¿Por qué no vienes conmigo a la boda?
Rosa se sorprendió, ¿a la boda?
¿A ver cómo se mostraría con María o algo más?
Miró inconscientemente su reloj. No tenía tiempo para eso.
Sacudió la cabeza: —Tengo algo que hacer. Iré directamente al lugar de la boda a esperarlos.
Mario iba a decir algo más, pero en ese momento Elena comenzó a llamarlo desde abajo.
—¡Mario, rápido, que la boda está por comenzar!
Con Rosa rechazándolo y Carlos y Elena presionando, Mario no podía moverse, seguía sosteniendo su mano contra la puerta.
Finalmente, cuando la presión aumentó, Mario dejó escapar su miedo y dijo con decisión: —Ven a verme antes de la boda. Tengo algo importante que decirte.
Rosa no dijo nada, sus ojos caían hacia el suelo.
Mario, como si necesitara su respuesta, repitió: —Es muy importante, tienes que venir a verme.
Viendo que ella no contestaba, Mario no se movió, y Rosa, cansada, finalmente asintió: —Está bien, lo haré.
Esto lo calmó momentáneamente. Mario finalmente dejó la puerta y salió.
Ella lo observó mientras bajaba las escaleras y subía al auto de bodas, seguido por el resto de los invitados.
Finalmente, los fuegos artificiales estallaron, y el auto se alejó, desapareciendo poco a poco de su vista.
Rosa, con voz suave, dijo: —Mario, felicidades en tu boda, adiós para siempre.
Después, tomó el equipaje que ya había preparado, bajó las escaleras, salió por la puerta y caminó paso a paso hacia el aeropuerto, su figura decidida sin mirar atrás.