Capítulo 81
Adriana no respondió.
Veinte minutos después, el coche se detuvo en el estacionamiento subterráneo.
Justo cuando ella se desabrochaba el cinturón de seguridad, el hombre, que ya había salido del coche, corrió hacia el lado del copiloto para abrirle la puerta y extendió la mano hacia ella.
Esa mano, de nudillos proporcionados, era larga y limpia, y al igual que su rostro, merecía el calificativo de “atractiva”.
La mujer levantó la mirada y lo miró a la cara: —¿Qué estás haciendo?
—Tomar tu mano.
—¿Estás actuando? ¿Es necesario que seas tan detallado?
Salvador se inclinó, tomó su mano con la suya, seca y cálida, y la ayudó a bajar del coche: —¿Siempre la abogada Adriana tiene que cuestionarlo todo?
—En el trabajo, sí.
—Pero ahora no estamos trabajando.
Ella respondió con un ligero —oh—, dejándose guiar hacia la escalera mecánica.
Era la primera vez que Adriana iba de compras con Salvador.
El centro comercial estaba brillantemente iluminado y lleno de cosas.
Mientras caminaban, de repente
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