Capítulo 40
—Bueno, vamos.
Lourdes cerró los ojos, su rostro se ruborizó como un melocotón en flor, mordiendo sus labios rojos con sus dientes blancos, mostrando una expresión apasionada y seductora.
Una sola frase, "vamos", hizo que la sangre de Alberto hirviera.
—Lo que sigue puede doler más, tienes que soportarlo un poco, una vez que esté desatascado, se sentirá mejor.
—Sí.
Lourdes respondió con un murmullo nasal, sin atreverse a abrir los ojos.
—Aguanta.
Alberto respiró hondo, despejando su mente de cualquier distracción, y concentró toda su atención en la aguja de plata.
Lo más difícil de la acupuntura no era insertar la aguja, sino encontrar el canal adecuado.
Alberto necesitaba encontrar el meridiano bloqueado de Lourdes, como si fuera un canal obstruido que necesitaba ser desatascado.
La aguja de plata penetraba poco a poco, y las delicadas cejas de Lourdes se fruncían cada vez más, su cuerpo temblaba ligeramente por el dolor, y su piel comenzaba a sudar.
—Hermana Lourdes, ¿cómo te sien
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