Capítulo 7
Ramón miró a Patricia mientras tomaba el regalo de sus manos, con una expresión indecifrable.
—Puedes venir a felicitarnos en la fiesta de compromiso.
¿La fiesta de compromiso?
Pero ella ya no podía aguantar hasta entonces.
Patricia bajó la cabeza en silencio, sin explicar ni replicar. Después de entregar el regalo, se apartó y encontró un rincón tranquilo donde sentarse.
Ella se fue, y Ramón, sin prestarle demasiada atención, continuó paseando entre la multitud con Lucia, mostrando una sonrisa llena de ternura, presentándole pacientemente a cada invitado que venía a felicitarlos.
Poco después de saludar a todos los invitados, Ramón y Lucia desaparecieron entre la gente.
Patricia se quedó sola un rato y luego se levantó para dejar el salón de banquetes.
Nunca se había sentido cómoda en ese tipo de eventos; desde pequeña no le gustaban los lugares con mucha gente, y antes siempre era Ramón quien discretamente la llevaba a casa a mitad del evento, pero ahora, su costumbre seguía siendo la misma.
Lo único que había cambiado era la persona con la que se marchaba.
El espacio fuera del salón de banquetes era amplio, y Patricia recordó que había un invernadero no muy lejos, así que empezó a caminar hacia allí. Sin embargo, antes de acercarse, vio que el invernadero ya estaba ocupado.
Al acercarse más, descubrió que eran Ramón y Lucia, quienes se habían ido temprano.
—Ramón, después de casarnos, también quiero un invernadero solo para mí, ¿puedo?
La voz de Lucia sonaba un poco coqueta, y poco después, la respuesta de Ramón, llena de indulgencia, llegó: —¿Por qué esperar hasta después de la boda? Puedo dártelo ahora.
—¿En serio? —Los ojos de Lucia brillaron con sorpresa y, sin olvidarse de aprovechar la ocasión, se inclinó para dejar un beso en su mejilla.
Ramón giró la cara y el beso que debería haber caído en la mejilla aterrizó en sus labios.
El movimiento inesperado hizo que las mejillas de Lucia, ya sonrosadas, se tornaran aún más rojas. Intentó retirarse en su sorpresa, pero él la atrajo más a él, profundizando el beso.
A cierta distancia, Patricia observaba todo esto.
Quizás porque ya estaba muerta.
O tal vez porque ya se había preparado mentalmente para bendecirlos.
Al presenciar esta escena, su corazón no experimentó el dolor que imaginaba, sino una calma sin precedentes.
No los interrumpió y se alejó.
Deambuló sin rumbo fijo y, sin darse cuenta, llegó cerca de la piscina.
Patricia se quedó parada, mirando el agua clara de la piscina distraídamente.
Después de un tiempo, una voz familiar sonó a su lado.
—Mirando esta escena, ¿te sientes mal, verdad?
Se volvió para ver que era Lucia.
Patricia estaba confundida, sin entender a qué se refería.
—Ramón me lo ha contado todo, que sientes algo por él. Es comprensible, eres una chica joven y Ramón es un hombre impresionante, es normal que sientas algo por él.
Lucia hablaba con aparente comprensión, pero sus ojos destilaban malicia: —Pero también es anormal, después de todo, no es normal que una niña se enamore de su tío.
Patricia no esperaba que Ramón hubiera compartido sus sentimientos con Lucia.
Una sensación de indignidad la invadió; él podía rechazarla, al fin y al cabo, ella ya estaba muerta y había decidido bendecirlos.
Pero, ¿por qué tenía que pisotearla así?
Ella permaneció en silencio, sin responder, mientras Lucia continuaba hablando, incluso con un tono de jactancia.
—Ramón no te quiere, y yo realmente no tengo tiempo para jugar este juego de familia contigo. Pronto me casaré en la familia Fernández, y me molesta que sigas interponiéndote entre nosotros. Si quieres irte, puedo darte dinero. Ya eres adulta, es hora de que aprendas a ser independiente.
Al terminar de hablar, el rostro de Patricia se volvió pálido, y después de un largo silencio, respondió con voz ronca: —No te preocupes, me iré en tres días.
El retroceso de Patricia no suavizó la actitud de Lucia, sino que la hizo presionar aún más: —¿Por qué tres días? ¿Por qué no ahora?
Patricia se quedó sin palabras por un momento, sin saber cómo explicarle.
En tres días no era el día en que dejaría la casa, sino el día en que dejaría este mundo para siempre.