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Capítulo 5

Sin importarle cómo pudiera reaccionar Joseph, Lucille se dio la vuelta, y se marchó. Joseph se echó hacia atrás en el asiento del auto, mirando de reojo la figura de Lucille alejándose. Pudo oler el aroma a medicamento que emanaba de él y saber de qué se trataba. Sin poder evitarlo, se preguntó si de verdad era tan tonta como decía la gente. Al parecer, los rumores no eran ciertos. "Señor Joseph". Por fin habló Culver, sin poder contenerse más. "Lucille Jules no tiene buena fama. No debe creer nada de lo que diga. La medicina que está tomando se la recetó el doctor famoso que contrató su abuela. ¿Qué puede saber ella sobre medicina?" Joseph se quedó en silencio durante un largo rato, mirando hacia donde se había ido Lucille. Entonces, dijo en voz baja: "Yo le creo". El medicamento que le había recetado el doctor de su abuela pudo haber sido eficaz, pero también perjudicial para su salud. En los últimos días, su estado físico había empeorado considerablemente. Si Lucille era capaz de detectar el problema con solo oler el medicamento, eso indicaba que sabía mucho de medicina. Al informarle del problema, ella le estaba devolviendo el favor. Al fin y al cabo, la había llevado gratis dos veces. ¡Jum! Por lo visto... No quería relacionarse con él. Culver se quedó boquiabierto, sin poder creer lo que oía. ¿Qué dijo el señor Joseph? ¿De verdad le creía a la señorita Jules? ¡Santo cielo! ¿El señor Joseph estaba bajo algún tipo de hechizo de Lucille? ¿Por qué siempre se ponía de su parte? "Señor Joseph, ¿quizás está interesado en ella?" Preguntó Culver con prudencia. "Ella ya está comprometida con Samuel Gilbert, lo sabe muy bien". Joseph apartó la mirada y siguió mirando al frente con indiferencia. "¿Y qué?" Estaba comprometida con Samuel, y si él se la arrebataba, ¿qué podía hacerle la familia Gilbert? ... Mientras tanto, en la villa Jules. Al entrar a la casa, Lucille se dio cuenta de que había mucha actividad en el interior. Zoey, que había estado en el hospital, había llegado antes que ella. Howard y Charles se encontraban cenando con ella. Cuando Lucille entró, pudo oír que ambos se preocupaban por la salud de Zoey. "Come un poco más, Zoey. Eso te ayudará". "Bebe el caldo para que te sientas mejor". "Gracias". Zoey sonrió con amabilidad, mientras sostenía su tazón con elegancia al comer. Lucille se quedó en la puerta, presenciando la escena que se desarrollaba ante ella, cuando de repente sintió un dolor sordo en el pecho. Otra vez surgieron los recuerdos dolorosos de la anterior dueña. Ella siempre había deseado este tipo de atención y afecto, pero fue ignorada y excluida en innumerables ocasiones. Había visto cómo su padre y sus hermanos se encariñaban con otra mujer que ni siquiera era pariente suya. Y, para colmo, tuvo que quedarse en un rincón como un animal herido, lamiéndose las lesiones a solas y sintiéndose invisible. Zoey estaba encantada de recibir atención, pero al ver la figura de Lucille, su expresión cambió de repente. Fingió estar preocupada y dejó su cuenco a un lado. "Papá, sigo preocupada por Lucille. Ha estado mucho tiempo fuera del hospital. ¿Y si le pasa algo? Anoche estuvo a punto de ahogarse". Ahora que surgía el tema, Howard empezó a sentirse muy molesto. Soltó un bufido y dijo: "¿Por qué nos molestamos en mencionar a esa d*sgraciada? Que huya si quiere, incluso si muere en la calle, ¡no es asunto nuestro! Si tiene las agallas de empujarte por las escaleras, ¡no debería volver a casa jamás!" Lucille no podía moverse, sentía un fuerte dolor que atravesaba su corazón. Sintió con intensidad el dolor y la amargura de la dueña original de este cuerpo. ¿Por qué? ¿Por qué la trataban así? Era su hija biológica. ¿Qué había hecho mal? No debió haber nacido en este mundo, con esta familia... Entonces Lucille tomó aire y soltó un suspiro: "Tonta, te dije que no debías estar triste por alguien a quien no le importas". Cuando el criado la vio en la puerta, pálida, la saludó de inmediato: "Señorita Lucille, bienvenida". La familia Howard tenía un total de cuatro hijos. Lucille era la menor y solía ocupar el cuarto lugar. Desde que adoptaron a Zoey, Lucille se convirtió en la quinta hija y Zoey tomó su lugar. Ella respondió con un gesto y se dirigió al piso de arriba. En cuanto Howard notó que Lucille había vuelto, golpeó la mesa con el puño y la regañó: "Miren quién está aquí, ¿ni siquiera saludas a tu propio padre? ¿O es que ya no lo soy?" Entonces Lucille le respondió con una sonrisa indiferente y un tono desinteresado: "No, claro que no". Notó como iba desapareciendo la decepción que sentía la dueña original hacia su padre. Una vez calmada, no se entristecería ni se sentiría mal cuando interactuasen con ella. De cualquier forma, ella no tenía nada que ver con Howard. Él era el padre de la dueña original de este cuerpo, no el de ella. "Tú..." Howard estaba tan irritado que su cara se arrugó al oír su respuesta. "¡Eres una irrespetuosa!" Lucille le respondió con indiferencia: "¡Imb*cil!" "¡¿Qué has dicho?!" Howard no podía creer lo que oía. "Dilo de nuevo". Lucille estaba jugando con el borde de su bata de hospital, manteniendo la mirada fría mientras observaba a Howard. "Siempre tienes favoritos y nunca distingues el bien del mal. Además, malcrías a tu hija adoptiva y a mí, que soy de tu propia sangre, me regañas. Si sumamos todo esto, llamarte imb*cil me parece muy amable de mi parte". Pudo haber dicho comentarios peores. "¡Tú!" Howard se enfadó muchísimo y estrelló un cuenco contra el suelo. "¿Crees que puedes salir impune al hablarme así? Arrodíllate y discúlpate". Cuando terminó de hablar, le ordenó al mayordomo con una expresión sombría: "¡Tráeme el látigo!" Como el mayordomo no tuvo el valor para negarse, fue a buscar el látigo. "Vas a arrodillarte y a suplicar perdón", gruñó Howard mientras tomaba el látigo negro de púas afiladas, su expresión era sombría y amenazadora. Lucille miró el temible látigo y le invadió una oleada de pánico incontrolable que la paralizó de miedo. Se dio cuenta de que eran las emociones de la dueña original. Un día, cuando Zoey la acusó falsamente de robar, Howard casi mata a la dueña original de este cuerpo con ese látigo. Sería extraño si la dueña original no le tuviera miedo al látigo. Zoey, resentida aún con Lucille por haberla abofeteado en el hospital, aprovechó para provocar a Howard. "Papá, no te enfades. Anoche Lucille casi se ahoga y aún no se ha recuperado por completo. Está de mal humor por culpa mía y de Samuel. Por favor, discúlpala". Entonces Howard la miró con ternura: "Te empujó por las escaleras y estuvo a punto de matarte. ¿Por qué eres tan amable con ella? Tranquila, te haré justicia". Acto seguido, agitó el látigo. Cuando hizo el ademán, este silbó en el aire. "¡Lucille! ¡Arrodíllate!" Lucille hizo una mueca: "¿Por qué debería arrodillarme? Y, ¿a qué te refieres con 'justicia'?" "Sabes a la perfección que Zoey sedujo a mi prometido Samuel a propósito y se hizo pasar por la víctima. Sin embargo, no solo no me defendiste, sino que te pusiste de su lado. En otros tiempos, las acciones de Zoey habrían sido condenadas y castigadas en público. ¿Pero ahora la haces pasar por víctima? ¿Lo dices en serio?" Cuando se enfrentó a Howard, la voz de Lucille sonó clara y fuerte. "¿Qué hay de justo en lo que estás haciendo?" Las palabras de la mujer atraviesan el tenso silencio con fuerza, y su voz aumenta de volumen cada vez más. En ese momento, Howard se quedó mudo y paralizado. Jamás había imaginado que Lucille, por lo general reservada y callada, fuera tan enérgica y elocuente en sus argumentos. Permaneció callado unos segundos, al no saber qué responder.

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