Capítulo 11

Silvia dejó las llaves del auto y los saludó: —Papá, mamá. —¿Quiénes son tus padres? —María respondió con total severidad, su rostro imperturbable contrastaba con su elegante vestido de gala, que no lograba suavizar su aspereza. Silvia no se enojó. Por el contario ella sabía que Alejandro y María siempre la habían despreciado. Durante los años de matrimonio, las ocasiones en que había interactuado con ellos no habían sido muchas. Esto se debía en parte a que Diego no quería que ella sufriera en su compañía y también porque las relaciones entre Diego y sus padres la verdad no eran las mejores. Esto resultaba en que, aparte de los días festivos, casi no había convivencia. —¿Dónde está Diego? —preguntó Alejandro con seriedad. Quizás por rebeldía o simplemente como una respuesta algo pasiva, ella contestó: —No sé. —He oído que están discutiendo un divorcio. —Alejandro levantó la vista, su presencia imponía una considerable presión. Silvia miró con altivez hacia arriba. Como si supiera lo que pensaba, Alejandro aclaró: —Carlitos no está, lo envié a jugar afuera, volverá en una hora. Justo después de decir esto, el celular de Silvia recibió al instante un mensaje de Carlitos. —¿Para qué hablar tanto? —María no tenía paciencia, y su mirada hacia Silvia carecía por completo de respeto: —No voy a andarme con rodeos, hoy venimos principalmente para aclarar una cosa: ¿con quién se quedará el niño después del divorcio? Las manos de Silvia se tensaron ligeramente. Ana había acertado. —Con él. —Silvia no quería problemas innecesarios. Dada la relación tan fracturada de Diego con ellos, probablemente no les había dicho nada. Si mencionaba que Carlitos se quedaría con ella, dada su personalidad tan egoísta, seguro que no lo dejarían pasar así como así, tal vez ni siquiera le permitirían recoger al niño después, y en el peor de los casos, tal vez ni siquiera le permitirían volverlo a ver. —Mira esto. —Alejandro sacó un acuerdo de divorcio de algún lugar. Silvia enseguida lo tomó. Vio que era idéntico al que habían presentado. ¿Cómo había llegado aquí? —No sé qué hiciste para que Diego te diera la custodia de Carlitos, pero ahora tienes que devolverla. —Alejandro fue firme en su comentario: —Él es un niño de la familia Pérez, no puede seguir a una extraña. Silvia contraatacó: —Si como madre soy un extraña, ¿entonces qué son ustedes que son? —Silvia, mientras todavía tengo paciencia para hablar contigo, no seas ingrata. —La voz de Alejandro se endureció, mostrando su mucha imponencia. Silvia detestaba esa actitud dominante: —Soy la madre de Carlitos, tengo todo el derecho de criarlo. —No tienes trabajo, ¿con qué lo vas a mantener? —María tocó un punto sensible, su desprecio hacia ella era evidente. —No tenía trabajo porque estaba ocupada en casa, nadie consideró eso como un empleo que se tradujera en un salario depositado en mi tarjeta. —Silvia había estado bien protegida, pero eso no significaba que careciera de criterio: —Encontraré trabajo pronto y alguien me pagará un salario. —¿Y eso qué más da? —El desprecio en los ojos de María era en realidad evidente. Silvia la miró con altivez. María, con palabras duras, dijo: —El dinero que ganes no será suficiente ni para comprarle una prenda de ropa a Carlitos. —La custodia del niño nos pertenece. —Alejandro habló de nuevo después de un breve silencio, con cierta autoridad: —Pon tu precio. Al ver su actitud tan egoísta, Silvia pensó por enésima vez que Carlitos no debería crecer en una familia así. Después de un breve silencio. Ella les lanzó un desafío, segura de que no podrían pagar ese alto precio: —Dame todas las acciones del Grupo Pérez que están a nombre de Diego. —¡Estás soñando o qué! —María pensó que Silvia solo quería su dinero. Silvia respondió con calma: —Fueron ustedes quienes empezaron con esas ideas tan descabelladas. María estaba tan enojada que su pecho subía y bajaba con cada respiración. Alejandro parecía aún más imponente bajo la presión del aire.