Webfic
Open the Webfic App to read more wonderful content

Capítulo 6

Cuando volvió a despertar, se dio cuenta de que estaba acostada en la cama de su habitación, y, junto a ella, de pie, estaba Zacarías con el rostro tan frío como el hielo. —Esta vez causaste un desastre tan grande que debería haberte encerrado durante tres días y tres noches. Pero fue Salvadora, con su buen corazón, quien intercedió por ti, rogándome que te dejara salir. —Ya sabía que aún tienes intenciones conmigo. Pero, Maricela, grábate esto bien: jamás podría gustarme una niña doce años menor que yo. Tú y yo, nunca será posible. Apenas terminó de hablar, la puerta se cerró de golpe frente a los ojos de Maricela. El estruendo del portazo ahogó por completo la explicación que ella estuvo a punto de dar. Se recostó contra el cabecero, cerró los ojos y soltó un largo suspiro, murmurando para sí: —Zacarías... de verdad, ya no me gustas. En los días siguientes, la familia Muñoz se volvió increíblemente bulliciosa. Toda la mansión estaba ocupada con los preparativos para la inminente boda de Zacarías y Salvadora. Salvadora, mientras daba órdenes por todos lados, tomaba con entusiasmo del brazo a Maricela, como si todos los desencuentros anteriores se hubieran desvanecido. —El lugar y la decoración ya están casi listos. Solo falta la dama de honor. Yo creo que Maricela es perfecta. Así se contagia de buena suerte, y quién sabe, tal vez hasta encuentra un padrino guapo y se consigue un novio. Al final, incluso se permitió un tono burlón. Maricela, sin la misma habilidad para fingir, retiró su brazo del codo de ella, dispuesta a rechazar la propuesta, cuando de pronto una voz masculina y fría se escuchó por encima de sus cabezas. —Ella no puede ser la dama de honor. Maricela y Salvadora se voltearon al mismo tiempo y justo vieron a Zacarías de pie detrás de ellas. —¿Por qué no puede serlo? —preguntó Salvadora, algo sorprendida por su negativa. Zacarías no respondió de inmediato. Solo levantó la vista hacia Maricela. Últimamente, ella parecía haberse calmado un poco. Ya no lo perseguía todo el día como antes. Pero al imaginar que Maricela pudiera tener un novio algún día, sintió una presión inexplicable en el pecho, una incomodidad difícil de describir. Pero, si se le preguntara el porqué, tampoco sabría explicarlo. Y aunque quiso inventar una excusa cualquiera, Maricela fue quien habló primero: —Soy más joven. No es apropiado que sea dama de honor. La verdad era que, muy pronto, se iría al extranjero. Esa boda, estaba claro, no iba a presenciarla. Al oírla, Zacarías asintió siguiendo su razonamiento, y solo entonces Salvadora abandonó la idea. Justo cuando Maricela suspiró aliviada y se disponía a marcharse, volvió a escuchar la voz de Salvadora: —Ya que Maricela no puede ser la dama de honor, ¿por qué no me regalas el vestido de novia que diseñaste? Es una forma de demostrar tu bendición. A mí me encanta ese vestido. Al oír eso, Maricela no pudo evitar mirar a Zacarías. Ese vestido de novia lo había diseñado Maricela a los dieciocho años, y hasta había ganado un premio en un concurso. Muchas hijas de familias adineradas del círculo social lo codiciaban. Querían comprarlo para lucirlo el día de su boda, pero Maricela siempre se negó. Porque lo había diseñado para sí misma. Quería ponérselo el día que se casara con Zacarías. Zacarías conocía bien su significado. Pero no quería decepcionar a Salvadora, así que finalmente habló: —Maricela, si me vendes ese vestido, no importa qué condición pongas, la aceptaré. Maricela forzó una sonrisa. —No hace falta. Salvadora tiene razón, yo también debería expresar mis mejores deseos. Así que ese vestido... considérenlo como mi regalo anticipado de bodas. Dicho eso, llamó a la tienda de novias. Muy pronto, un empleado llegó con el vestido que había estado guardado en la tienda y se lo entregó personalmente a Salvadora. Ella, encantada de recibir el vestido de sus sueños, ya no tuvo tiempo para molestar a Maricela y corrió feliz al probador para probárselo. Maricela la observó marcharse con calma, sin mostrar ni alegría ni tristeza, y luego se dio la vuelta y regresó a su habitación. Solo Zacarías la miraba mientras se alejaba, sumido en un largo silencio. A medianoche, Maricela se encontraba sola en su cuarto, empacando sus cosas. Ya casi tenía todo listo. Los trámites estaban por completarse. Muy pronto podría irse. Apenas había terminado de esconder su maleta y se preparaba para dormir, cuando de repente alguien abrió la puerta de golpe. Antes de que pudiera reaccionar, Zacarías entró como una tormenta, la sujetó con fuerza de la muñeca y comenzó a reprenderla furiosamente: —¡¿Qué le hiciste al vestido de novia?! —Salvadora apenas se lo probó y empezó a sentir picazón en todo el cuerpo, le salieron ronchas. ¡Maricela, ¿acaso intentas matarla?! Bajo la tenue luz amarilla, los ojos de Zacarías estaban llenos de furia, como cuchillas que quisieran despedazarla. Maricela negó con desesperación: —¡Jamás toqué ese vestido! ¡Nunca lo alteraría y mucho menos querría hacerle daño! El rostro de Zacarías se ensombreció, y de pronto la empujó sobre la cama. Sus ojos, tan fríos como las estrellas en invierno, ardían de ira. —¡No pongas excusas! Sé que sigues sin superarme, pero lo que nunca debiste hacer fue lastimar a Salvadora. Será mejor que reces para que esté bien, porque si no... No terminó la frase, porque en ese momento una empleada doméstica irrumpió en la habitación desde el pasillo. —¡Señor, señor! ¡La señorita Salvadora se desmayó! —¡Que alguien la vigile! ¡No dejen que se escape! El rostro de Zacarías cambió de inmediato. Tras dejar esas palabras, salió rápidamente de la habitación.

© Webfic, All rights reserved

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.