Capítulo 3
Últimamente, la atmósfera entre ambos había estado algo fría, como si una especie de guerra silenciosa se hubiera instalado entre ellos.
En el pasado, cuando ocurría algo similar, Alejandro siempre encontraba la manera de romper el hielo con alguna sorpresa.
Raquel miró de reojo, forzando una sonrisa leve, —Tal vez. —respondió, sin mucho entusiasmo.
Al poco tiempo, Alejandro también se sentó en el asiento trasero del carro.
Sabiendo que Raquel se había sentido mal ese día, tomó su mano y le dijo con suavidad, —No tomes en serio lo que dijo mamá.
El calor de su palma se transmitió a la mano de Raquel, y ella, ya sin ganas de prolongar la distancia entre ambos, se recostó en su hombro.
—Y después, ¿cómo vamos a explicar lo de nuestro matrimonio? —preguntó ella, cediendo finalmente.
Alejandro no pudo evitar besar suavemente su cabello y, con un tono tranquilizador, respondió, —Yo me encargaré de todo, no te preocupes.
...
Desde que escuchó a Eduardo mencionar el baile de la empresa, Raquel había organizado su tiempo con antelación, incluso rechazando un compromiso para poder asistir.
Sin embargo, hasta el mismo día del evento, Alejandro no había mencionado ni una palabra sobre ello.
Mientras lo veía ponerse su elegante traje para salir, Raquel no dijo nada.
Simplemente se puso su abrigo y lo siguió en silencio.
Al llegar al gran salón donde se celebraba el baile, Raquel se quedó completamente inmóvil en la entrada.
Alejandro, como presidente de la compañía, tenía que abrir el evento con un baile, y allí, en el centro de la pista, estaba él bailando con Ana, quien llevaba puesto un vestido azul.
Ese mismo vestido que el asistente le había mostrado a Raquel días antes.
Resulta que no era para ella, sino para Ana.
Y su pareja de baile tampoco iba a ser Raquel, sino Ana.
Cuando el baile terminó, todas las luces se centraron en ellos dos.
El aplauso del público resonó por todo el salón, pero nadie reparó en la figura de Raquel parada en la puerta.
Ella no podía apartar la vista de Alejandro, quien, con la mirada fija y seria, no quitaba los ojos de Ana. Parecía que algo se agitaba en el fondo de sus oscuros ojos.
Ana, con las mejillas ligeramente sonrojadas, rompió el silencio de repente, —Ale, ¿puedo darte un beso en la mejilla? Solo como despedida.
Alejandro no dijo nada, pero tampoco la detuvo, como si con su silencio hubiera aceptado.
Ana, armándose de valor, se puso de puntillas.
Justo cuando estaba a punto de dejar el beso en su rostro, los ojos de Alejandro se desviaron de repente hacia la figura de Raquel, parada al pie del escenario.
El cuerpo de Alejandro se tensó de repente y, sin pensarlo, empujó a Ana hacia un lado.
Raquel lo observó en silencio durante varios segundos antes de darse la vuelta y marcharse sin decir una palabra.
Justo al salir del hotel, sintió una mano fuerte sujetando su muñeca con firmeza.
Alejandro, con la respiración algo agitada, había salido corriendo tras ella para detenerla.
—¡Raqui! —exclamó desesperado.
Raquel lo miró fríamente, —¡Suéltame! —demandó con voz firme.
Siempre había sido así.
Cuando Raquel se sentía herida, nunca lloraba ni hacía una escena.
En lugar de eso, escondía su dolor tras una máscara de indiferencia.
Sabía que no tenía a nadie que la respaldara, pues había perdido a sus padres hacía mucho tiempo. No podía permitirse el lujo de mostrar debilidad; aunque la hirieran profundamente, se tragaba las lágrimas junto con la rabia. No podía darle el gusto a quienes querían verla caer, demostrar que le dolía.
Antes, ese carácter frío y distante de Raquel hacía que Alejandro sintiera una inmensa tristeza por ella. Sin embargo, ahora que sus ojos estaban fijos en él, llenos de frialdad, lo único que sentía era una abrumadora desesperación.
—Déjame explicarte, no es lo que parece. —intentó justificar Alejandro, su tono entre ansioso y culpable.
—La pasantía de Ana está por terminar. Le prometí que si lograba una evaluación sobresaliente, cumpliría un deseo suyo. Me pidió ser su pareja de baile. Y como has estado tan ocupada estos últimos días, pensé que estarías demasiado cansada, por eso no te pedí que fueras tú.
Alejandro hizo una pausa y continuó, con nerviosismo en su voz, —Y cuando ella pidió ese... beso, estaba pensando en cómo corregirla, pero me quedé sin reaccionar por un momento.
No pasó mucho tiempo antes de que Ana también saliera tras ellos, con lágrimas en los ojos.
—Raquel, lo siento mucho. —dijo entre sollozos, —Yo crecí en el extranjero y los besos en la mejilla son muy comunes. Solo quería despedirme de Ale de una manera cordial. No tenía ninguna mala intención, por favor, no te enojes conmigo.
Con su apariencia frágil y sollozante, Ana parecía más una víctima que una persona disculpándose, como si fuera ella quien estuviera sufriendo.
Raquel, de pronto, sintió una profunda fatiga.
Desde el principio hasta el final, Ana no había dejado de sollozar, como si ella fuera la que había sido lastimada.
Raquel no quería ser cruel con una joven como ella. No importaba si creía o no en lo que decían, solo pudo obligarse a aceptar la explicación de Alejandro.
Alejandro logró calmar a Raquel, pero esta vez, no hizo el intento de consolar a Ana ni secar sus lágrimas. En lugar de eso, se quedó en silencio, manteniendo una distancia visible entre él y Ana.
Muy pronto, Carlos llegó.
No hizo preguntas, simplemente le dirigió una mirada a Raquel antes de llevarse a Ana con firmeza.
Debido a lo ocurrido, quizás para evitar más malentendidos, Ana decidió irse antes de que terminara oficialmente su pasantía, regresando a la universidad de manera anticipada.
Aquella misma noche, Alejandro llegó tarde a casa. Miró a Raquel con su habitual calma y dijo, —Ana se fue antes de tiempo.
Su tono era sereno.
Pero Raquel tuvo un repentino presentimiento de que Alejandro la culpaba.
Culpaba a Raquel de haber exagerado la situación, de haber provocado que Ana se marchara.
A partir de ese día, la relación entre ellos volvió a estancarse.
Nada parecía haber cambiado, pero al mismo tiempo, todo había cambiado.
Cada noche, Alejandro llegaba a casa con una actitud cada vez más distante. A veces, aunque compartieran la misma cama, el silencio entre ambos era tan denso que parecía imposible de romper.
Ya no la abrazaba como antes al dormir; ambos se daban la espalda, cada uno en su propio mundo, como si compartieran la cama, pero no los sueños.
Hasta que un día, Alejandro regresó particularmente tarde.
Pero Raquel notó algo diferente: parecía de mejor humor.
Su rostro ya no tenía esa expresión fría y poco a poco incluso había vuelto a sonreír.
A la mañana siguiente, Alejandro se levantó para ir al baño a asearse.
Mientras tanto, el celular de Alejandro comenzó a vibrar en la mesa.
Raquel, pensando que sería algo relacionado con su trabajo, se dispuso a llevárselo al baño. Sin embargo, al ver la pantalla, su cuerpo se tensó de inmediato.
Era un mensaje de Ana:
[Ale, gracias por acompañarme la semana pasada a la fiesta de la universidad.]
[Te prometí que hoy te invitaría a comer, ¡sal de casa ya!]
[¿Vamos hoy al parque de diversiones?]
Raquel sintió un frío que le recorrió todo el cuerpo.
Silenciosamente abrió el chat entre ellos y, para su horror, descubrió que el jueves pasado, cuando Alejandro había llegado tan tarde, había sido porque había acompañado a Ana al evento.
¿Era por Ana que su humor había mejorado?
Dejó el celular de vuelta sobre la mesa y dirigió su mirada hacia el baño, donde el sonido del agua de la ducha se escuchaba a lo lejos. Su mente quedó en blanco, el corazón vacío.
Cuando Alejandro regresó a la habitación, vio a Raquel sentada en el borde de la cama.
—¿Qué pasa? —preguntó con un tono neutral.
Raquel respondió con calma, —¿Tienes tiempo hoy? Hace mucho que no salimos a comer juntos. Si tienes tiempo, ¿qué te parece si vamos a una cita?
Quizá Alejandro también se dio cuenta de que había sido demasiado distante con ella últimamente, porque se frotó la frente, sintiéndose culpable, y no rechazó la propuesta.
—Está bien, yo elegiré el restaurante.