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Capítulo 1

El día de su octavo aniversario, Raquel García decidió darle una sorpresa a Alejandro Fernández. Había pedido permiso en su compañía de danza y se dirigió a la empresa de él. Cuando llegó a la puerta de la oficina del presidente, inesperadamente escuchó la voz de una chica desconocida. —Es muy difícil escribir la tesis, Ale... Una voz suave y delicada, con un toque de coquetería. Raquel se quedó helada. Inmediatamente, la voz de Alejandro se escuchó, —No te preocupes, te ayudaré. Ese tono cariñoso, con una pizca de consuelo, era el que Raquel conocía muy bien. Empujó la puerta y entró. Alejandro no estaba sentado en su escritorio, sino en el sofá al lado de una joven que vestía un vestido blanco. Él estaba inclinado, mirando la computadora de ella. La cercanía entre ambos era evidente. Cuando Alejandro la vio entrar, se quedó atónito por un momento, pero luego se levantó con naturalidad. —Raqui, ¿qué haces aquí? —preguntó con sorpresa. Raquel no respondió de inmediato. Su mirada se dirigió hacia la chica. Era muy joven, quizás de unos 20 años, y mientras la observaba, no pudo evitar notar un aire de similitud con su yo de hace ocho años. Al notar la mirada de Raquel, Alejandro la presentó, —Ella es Ana González, la hermana de Carlos González. Está haciendo prácticas en nuestra empresa. Carly me pidió que la cuidara. Raquel contuvo la incomodidad que sentía y asintió con la cabeza, —Vine a invitarte a almorzar. Antes de que Alejandro pudiera decir algo, Ana de repente se levantó emocionada. —¡Raquel! ¡Soy tu gran admiradora! Raquel se quedó perpleja, pero luego notó que Alejandro, con una pequeña sonrisa, observaba la actitud de fan emocionada de Ana. Entonces explicó, —Ana también ha estudiado danza clásica. Raquel era la bailarina principal más joven del grupo de danza clásica Vientomar. Muchas jóvenes estudiantes de danza la veían como su ídolo. Al enterarse de que iban a salir a almorzar, Ana preguntó rápidamente, —¿Puedo ir con ustedes? En una situación normal, Raquel habría aceptado sin dudarlo, pero hoy era su aniversario... Antes de que pudiera responder, Alejandro acarició la cabeza de Ana y, sonriendo, dijo, —Pequeña glotona, vamos, te llevaré a comer. Alejandro ya había hablado, así que Raquel no podía contradecirlo sin parecer incómoda. Con una sonrisa, decidió seguirle la corriente, —Claro, vayamos los tres. Así fue como lo que debía ser una cita para dos, rápidamente se convirtió en una salida para tres. En el restaurante. —Nada de helado. —dijo Alejandro, con tono firme. —Y menos postres, ¿para qué pides dos? Solo puedes comer uno. Alejandro controlaba estrictamente el pedido de Ana, con una actitud que más parecía la de un hermano mayor responsable. Raquel intentaba justificar su comportamiento en su mente, tratando de convencerse de que esa era la razón detrás de tanta atención. Al ver que más de la mitad de las cosas que quería pedir habían sido descartadas, Ana puso mala cara, frunciendo los labios. Alejandro, al notar su descontento, suavizó el ambiente diciendo, —Cuando volvamos a la oficina, te compro un té con leche. Ante esa promesa, el rostro de Ana se iluminó de nuevo con una sonrisa. Por un momento, Raquel se sintió como la persona extra en esa mesa, la que estaba allí de más, a pesar de ser el aniversario de ambos. Observaba en silencio cómo Alejandro cuidaba a Ana, cada detalle, cada gesto. Todo le resultaba tan familiar. Cada uno de sus movimientos le traía recuerdos. Porque alguna vez, esos mismos gestos y cuidados eran para ella. Ocho años atrás, cuando Raquel tenía 20 años y Alejandro 22. Él era un joven despreocupado, conocido por ser un conquistador incansable, un seductor empedernido que no se tomaba en serio a ninguna chica. Por su parte, Raquel era una joven fría, enfocada solo en la danza, sin interés en el amor. Era la estrella del campus, la chica que todos admiraban pero que no permitía que nadie se acercara demasiado. Su primer encuentro fue en la ceremonia de graduación de Alejandro. Raquel, como la joven prodigio de la danza, realizó una presentación. Fue entonces cuando captó la atención de Alejandro, quien, desde ese momento, comenzó una intensa persecución. Los padres de Raquel habían tenido un matrimonio infeliz y se habían divorciado cuando ella era muy pequeña, lo que la había hecho desconfiar del amor y las relaciones. No tenía intención alguna de enamorarse. Pero Alejandro, que nunca había sido paciente con las chicas, decidió que Raquel era la única que merecía su esfuerzo. Y así, el chico rebelde decidió dar un giro en su vida, dedicando seis meses completos a conquistarla. Él la invitaba a comer, recordaba cada uno de los alimentos que ella no podía comer. Si coincidían con su período, siempre pedía un té especial de azúcar morena para ella. No faltaba a ninguna de sus competencias de danza, y cada vez que Raquel ganaba un premio, las flores que recibía primero siempre venían de las manos de Alejandro. Él lanzaba fuegos artificiales por toda la ciudad solo para ella, rechazaba a todas las demás chicas, y en su mente y corazón, solo existía Raquel. El corazón de Raquel no era de hierro; finalmente, se dejó llevar por los sentimientos. Después de comenzar su relación, Alejandro se convirtió en un hombre fiel. Esa relación, que comenzó con pasión, duró ocho largos años. Ocho años atrás, en sus citas, Raquel disfrutaba de la atención y el cuidado inquebrantable de Alejandro. Pero ahora, después de tanto tiempo, en su aniversario, la atención de Alejandro parecía estar enfocada en otra persona. Raquel volvió en sí, justo cuando el mesero trajo los platos a la mesa. En un mal movimiento, el mesero derramó la sopa caliente en el brazo de Ana. —¡Ay! —gritó Ana, asustada por el dolor. El rostro de Alejandro cambió de inmediato, lleno de preocupación y furia. —¡¿Cómo puedes ser tan torpe?! —le gritó al mesero con enojo. Al ver el dolor en la cara de Ana, que ahora estaba pálida, Alejandro la cargó en sus brazos sin pensarlo dos veces y salió del restaurante apresuradamente. Ni siquiera se acordó de que su novia, Raquel, seguía sentada en la mesa, mirando atónita cómo Alejandro desaparecía con Ana en brazos. Poco después, el gerente del restaurante se acercó empujando un carrito con un pastel. Era el pastel de aniversario que Raquel había hecho con sus propias manos, planeando sorprender a Alejandro a mitad de la comida. Pero ahora, con la silla frente a ella vacía, el gerente se quedó atrapado en una situación incómoda. En sus manos sostenía un gran cartel que decía "¡Feliz octavo aniversario!". La escena era casi una burla cruel. —Señorita García, esto... —dijo el gerente, sin saber qué hacer. Raquel, aún sonriendo con rigidez, intentó mantener su compostura. —Regalen el pastel —dijo con una leve sonrisa mientras se levantaba, recogiendo su bolso. Salió del restaurante y, al ver el tráfico que cruzaba la calle, sintió un vacío en su pecho. De repente, recordó el primer aniversario. Alejandro había alquilado todo un restaurante solo para ellos dos, y había hecho que le trajeran más de mil rosas por avión. Raquel, que nunca había sido amante de las extravagancias, le pidió que no organizara algo tan ostentoso. En ese entonces, Alejandro la abrazó y le dijo, —Pero Raqui, te amo, y quiero que el mundo entero lo sepa. Durante esos primeros años, no importaba si era su cumpleaños, el día de San Valentín o cualquier aniversario, él siempre encontraba una manera de hacerle saber cuánto la amaba. Alejandro solía poner todo su empeño en celebrar cada momento especial con Raquel. Sin embargo, en los últimos dos años, Raquel había notado un cambio evidente. Los días festivos y aniversarios ya no tenían el mismo significado para él. Lo que antes era una celebración apasionada y entusiasta se había reducido a simples cenas y nada más. Con el tiempo, su relación pasó de un amor ardiente a una rutina tranquila. Raquel intentaba consolarse, pensando que era algo por lo que todas las parejas eventualmente pasaban... pero jamás se imaginó que el hombre que alguna vez proclamó que su amor debía ser conocido por el mundo entero, llegaría a olvidar por completo su aniversario. Esa noche, Raquel volvió sola a casa. Se dirigió al baño para darse una ducha. Entre el vapor y el agua caliente, por primera vez no salió rápidamente, sino que se quedó inmóvil, mirando su reflejo en el espejo de cuerpo entero del dormitorio. Su figura seguía siendo alta y delgada, su rostro, igual de bello y refinado. Pero entonces, otra imagen cruzó por su mente. Un rostro igualmente hermoso, pero con una mirada llena de claridad, energía y frescura. Una chispa que ella ya no tenía. Nadie permanece joven para siempre. Pero siempre hay alguien que está en plena juventud. Justo como Ana González, la joven de 20 años. Cuando Alejandro regresó a casa, ya eran casi las diez de la noche. Había pasado todo ese tiempo en el hospital cuidando de Ana, y aún después de llegar a casa, su mente seguía con ella. Llamó varias veces al hospital para asegurarse de que todo estuviera bien. —No dejes que la herida se moje, ¿de acuerdo? —le decía al teléfono. —Si necesitas algo, llama a la cuidadora, no lo hagas sola. Raquel, en silencio, colgaba el traje que Alejandro acababa de quitarse, escuchando cada palabra. De repente, notó algo en uno de los bolsillos de la chaqueta. Sacó algunas golosinas con sabor a litchi. En ese momento, Alejandro terminó su llamada. —Tú no comes dulces. —dijo Raquel, mostrando las golosinas en la palma de su mano. Alejandro le echó un vistazo y, con naturalidad, las devolvió a su bolsillo, —A Ana le gustan. Las guardé para que no se aburriera durante la reunión. —respondió con indiferencia. Raquel se quedó inmóvil por un instante. Recordó entonces aquellos tiempos en que, antes de cada presentación, cuando los nervios la consumían, Alejandro siempre tenía en su bolsillo unos caramelos de menta, su sabor favorito. —Tranquila, cariño, come un caramelo y ya no estarás nerviosa. —solía decirle. ¿Cuándo había cambiado el sabor de la menta a litchi...? Raquel no dijo nada, sumida en sus pensamientos. Alejandro notó su malestar y, de repente, tomó su mano. Fue solo cuando sintió una sensación fría en su muñeca izquierda que Raquel volvió a la realidad. Al bajar la mirada, vio que Alejandro le había colocado una fina pulsera en la muñeca. De un diseño elegante y claramente costosa. Alejandro la abrazó, su cálida respiración rozando suavemente su oído, mientras susurraba con una voz grave, —Raqui, lo siento. Hoy es nuestro aniversario y no estuve contigo. Finalmente, había recordado el día. Después de una breve pausa, añadió, —No te preocupes por Ana. Es muy joven, y además, Carly me pidió personalmente que la cuidara antes de irse al extranjero. No tuve otra opción. Las manos de Raquel, que colgaban a sus costados, se apretaron por un instante, pero al final solo respondió con una frase simple, —Lo entiendo. Alejandro la besó en la frente, creyendo que el asunto estaba resuelto, y se dirigió al baño para ducharse. Raquel se quedó inmóvil, pero su corazón no hallaba calma. Antes, si ella mostraba el más mínimo atisbo de malestar, Alejandro hacía todo lo posible por consolarla. Recordaba una ocasión en la que, después de una discusión, Raquel decidió ignorar sus llamadas porque necesitaba tiempo para calmarse. Alejandro, desesperado, había tomado un vuelo de más de diez horas desde Estados Unidos solo para verla y resolver el conflicto en persona. Pero ahora, incluso al disculparse, su falta de emoción y la superficialidad de sus palabras eran tan evidentes que Raquel ya no podía seguir engañándose a sí misma. Alejandro... ya no era el mismo de antes.
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