Reina Lee se acercó con una expresión fría.
“¡Esto es un hospital, no un supermercado!”.
“¡¿Crees que puedes irrumpir en nuestro hospital y tratar a cualquier paciente a tu antojo?!”.
“¡¿Quién va a asumir la responsabilidad si algo sale mal?!”.
“¡¿No sabes que estas personas son nuestros inversores también?!”.
“¡¿Crees que podemos tratarlos así como así sin hacerles un diagnóstico exhaustivo para sacarles antes el dinero?!”.
“¡¿De dónde va a sacar el hospital el dinero cuando se corra la voz sobre esto?!”.
“Te dimos permiso para usar la sala de urgencias por el hecho de que nos dieras catorce mil dólares junto con el hecho de que también eres médico...”.
“¡¿Pero cómo te atreves a intentar arruinar nuestra reputación?!”.
“¡¿Sabes cuánto dinero perderemos por tu culpa?!”.
Reina hervía de ira en ese momento.
Las hermosas enfermeras y los fuertes guardaespaldas también mostraban miradas feroces en sus rostros.
En sus ojos, Rudolph y los otros habían roto ya sus reglas para trat