Capítulo 8
Gonzalo estaba tumbado en la almohada y no podía ver la cara de Cristina.
Solo podía verla en pijama, los muslos blancos como la nieve y las mu?ecas blancas.
Podía oler la débil fragancia de sus manos cuando se acercaron a sus hombros.
Era un aroma parecido al de la medicina, pero aún más refrescante que el de la almohada y calmó sus emociones palpitantes en un instante.
Se calmó como nunca antes.
Gonzalo se sintió mucho más cómodo cuando Cristina terminó de clavarle las agujas y tuvo mucho sue?o después de tres días sin dormir.
Pero se mantuvo firme y miró a Cristina.
Cristina retiró las agujas de su cuerpo y dijo:
—Duerme, estoy aquí.
Las palabras eran tan suaves que hicieron que Gonzalo bajara la guardia y no pudiera seguir despierto, así que cerró los ojos y se quedó dormido.
Cristina miró al dormido Gonzalo. Su rostro seguía siendo frío pero mucho más suave.
Mirando las largas y densas pesta?as de Gonzalo, Cristina alargó la mano y las tocó:
—Sorprendentemente, las pes
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