Capítulo 15
¿David?
Amelia se mostró sorprendida. ¿Cómo podía haber tenido un ataque de repente?
Ella le había dejado su número a David precisamente por temor a cualquier imprevisto.
De inmediato soltó la almohada que tenía en brazos, se dio la vuelta y se levantó de la cama, respondiendo con voz firme: —Está bien, iré de inmediato.
Dio algunas instrucciones rápidas, colgó el teléfono y salió apresuradamente.
...
En la casa de los Sánchez.
En una sala lujosamente decorada, bajo un enorme candelabro de cristal, Ximena y Carmen estaban sentadas en un sofá de estilo europeo, probándose diversas joyas deslumbrantes.
El rostro radiante de Ximena estaba lleno de alegría, mientras lucía un gran zafiro azul en su delgado dedo.
Extendió la mano hacia Carmen, y comentó con entusiasmo: —Mamá, este zafiro azul es realmente precioso. Mira qué color tan puro...
Carmen, sonriendo con dulzura, tomó otra pulsera con gemas de la mesa y se la colocó en la muñeca a Ximena: —Esta sí que le hace justicia a mi hija.
Las joyas brillaban con una nobleza destacada bajo la luz.
Todas habían sido adquiridas en subastas por precios exorbitantes.
No se podía asistir a un banquete sin estas piezas.
Ximena contemplaba la pulsera en su muñeca y sonreía con plenitud, apoyando la cabeza en el hombro de Carmen mientras murmuraba de forma mimosa: —Mamá, tú eres la mejor conmigo.
Carmen la abrazó, y ambas se rieron con felicidad.
En ese momento, el mayordomo entró desde el exterior, con el celular aún en la mano. Al entrar, observó disimuladamente a su alrededor y, al asegurarse de que no había nadie más, se acercó y se inclinó: —Señora Carmen, hay novedades desde la casa de los Ramírez.
Carmen y Ximena se incorporaron al instante, con semblante serio, fijando la vista en el mayordomo. Carmen preguntó de inmediato: —¿Qué ha pasado?
Ximena, instintivamente nerviosa, apretó el brazo de su madre, aguardando ansiosa la respuesta.
El mayordomo guardó de inmediato el celular en el bolsillo, se acercó un poco más a Carmen y le susurró: —¡La enfermedad de Xavier ha vuelto a manifestarse!
Una chispa de sorpresa y, enseguida, un destello de júbilo cruzó los ojos de Carmen y Ximena. Carmen miró al mayordomo, insegura: —¿Hablas en serio?
Él asintió con vehemencia, su rostro estaba rebosante de emoción: —Y fue un brote bastante severo. Rompió casi todo en la casa. Estaba desesperado pidiendo sangre.
Después de tantos años en la casa de los Sánchez, el mayordomo sabía perfectamente quién tenía el poder real y cómo debía expresarse.
Ximena sentía que su corazón iba a salírsele del pecho por la emoción.
¡Parece que la técnica de Amelia no servía de mucho! ¿Y ya se vino abajo en solo un día?
Carmen, en cambio, borró la sonrisa de su rostro. Su expresión se tornó seria mientras miraba al mayordomo, y con un tono frío y autoritario aclaró la garganta: —Ejem... Tú sabes bien qué cosas se pueden decir y cuáles no, ¿cierto?
Deslizó los dedos sobre un anillo de jade que estaba sobre la mesa y lo colocó lentamente frente al mayordomo.
Los ojos de este brillaron de inmediato. Tomó el anillo con cuidado, y en su rostro apareció una sonrisa complaciente: —Señora Carmen, puede estar segura de que haré bien mi trabajo.
Carmen recuperó la sonrisa.
Se enderezó en el asiento, asintió con intención y le hizo un gesto con la mano: —Bien. Infórmame a tiempo si hay novedades, y no te faltará tu recompensa. Ahora ve a lo tuyo.
El mayordomo se inclinó con respeto y se retiró sosteniendo el anillo de jade con reverencia.
Ximena cruzó los brazos y miró a Carmen con molestia, protestando: —Mamá, ¿por qué le diste ese anillo de jade? ¡Es demasiado valioso para él!
¿Un simple sirviente merecía un anillo que costaba cien mil dólares?
Carmen colocó el resto de las joyas en los brazos de Ximena antes de responder con calma: —Hija, recuerda siempre que hay cosas en las que no se puede escatimar.
Ximena recibió las joyas, frunciendo el ceño sin replicar. Sabía que su madre tenía razón, aunque aún le parecía un desperdicio.
Sin embargo, al recordar lo que había dicho el mayordomo, sus ojos volvieron a iluminarse: —Según Amelia, con unas sesiones de acupuntura se podía suprimir el impulso de beber sangre por un buen tiempo. Si la enfermedad de Xavier volvió a manifestarse, ¿no significa eso que Amelia es una impostora?
Solo de pensarlo, Ximena sentía que no podía contener su emoción.
¡Esa mujer despreciable!
Siempre supo que Amelia no podía ser tan capaz, todo era solo una farsa.
Carmen levantó su taza de café y dio un sorbo elegante, asintiendo con satisfacción: —Parece que no necesitaremos intervenir. Ella misma ya empezó a mostrar sus debilidades.
Colocó la taza sobre la mesa y soltó una risa sarcástica: —De verdad llegué a pensar que era Natalia. No esperaba que fuera tan audaz. Natalia ha estado desaparecida por años, y ella se atreve a suplantarla... Estoy deseando ver cómo saldrá de esta.
Ximena también soltó una ligera carcajada.
Recordó la forma altanera con la que Amelia se había presentado en el hospital y no pudo evitar sentirse liberada.
¿No era que se creía tan superior? Pues ahora había caído estrepitosamente.
Quería aplastar a esa mujer despreciable con todas sus fuerzas.
Con una sonrisa mordaz, murmuró: —Yo pensaba que era tan poderosa... pero resulta que ni siquiera necesitamos actuar.
Carmen miró a Ximena con ternura, le acarició suavemente el cabello que le caía por el rostro y dijo en voz baja: —Amelia no se compara contigo, Ximena.
La sonrisa de Ximena se volvió aún más brillante, y con orgullo respondió: —¡Por supuesto! ¿Ella? Ni siquiera está a mi nivel.
Guardó las joyas en la caja, la tomó en brazos y miró a Carmen con entusiasmo: —Mamá, voy a avisarle a Orlando de inmediato. ¡No podemos darle la oportunidad de volver a sentir algo por ella!
¡Orlando debía ser solo suyo!
Ya estaba ansiosa por ver cómo reaccionaría Orlando cuando lo supiera.
Carmen le sonrió y le hizo un gesto con la mano: —Ve.
Ximena salió corriendo escaleras arriba con la caja en brazos.
...
En la carretera durante la noche.
Un Ferrari personalizado de edición limitada se deslizaba a toda velocidad.
En el interior del vehículo, Amelia sostenía el volante con firmeza, con el rostro sombrío y la mirada fija en la carretera.
El auto avanzaba velozmente, pero en su mente no dejaba de pensar en la condición de Xavier. Según lo previsto, no debería haberse descompensado tan pronto, y mucho menos con tal intensidad.
El celular sonó, interrumpiendo sus pensamientos.
Amelia, pensando que era David, contestó sin mirar la pantalla: —¿Hola?
Pero para su sorpresa, lo que escuchó al otro lado fue la voz burlona de Ximena.
—Amelia, me enteré de que la enfermedad del señor Xavier ha vuelto a manifestarse, ¡ja!
Amelia frunció el ceño, sin intención de perder el tiempo hablando con ella. Estaba a punto de colgar cuando la voz de Ximena volvió a escucharse con tono burlón: —¿No eras tú la famosa curandera Natalia? ¡Parece que no eres tan buena después de todo!
Ximena no iba a desaprovechar esta oportunidad para ridiculizar a Amelia todo lo posible.
Mientras jugaba con el anillo que Carmen le había regalado, continuó riéndose: —¿O acaso también has usurpado el nombre de Natalia?
La comisura de los labios de Amelia se crispó ligeramente. ¿Desde cuándo Ximena se había vuelto tan estúpida?
Pero Ximena, completamente ajena a esto, seguía rebosante de arrogancia: —Amelia, ¡prepárate para que Orlando te desprecie! ¡Jajajaja...!