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Capítulo 20

Avery sintió que alguien la estrangulaba. Se sentía sofocada mientras el mundo empezaba a dar vueltas a su alrededor. ¡¿Cómo podía ser Elliot el señor Z?! El señor Z le había enviado ochocientos mil dólares y quería invertir en Industrias Tate. ¿Cómo era posible que Elliot hiciera eso? Sin embargo, si no era el señor Z, entonces, ¿qué estaba haciendo allí? Su mente daba vueltas mientras miraba al hombre frente a ella. Su silla de ruedas, su camisa oscura y su piel inusualmente pálida le indicaron que el hombre que tenía delante no era otro que Elliot Foster. Avery dejó escapar un suspiro frío e, inconscientemente, dio unos pasos hacia atrás, pero la puerta de la sala privada estaba cerrada. “¿Te vas antes de saludar?”. Verla tan nerviosa hizo que Elliot apretara los labios en una fina línea. “¿Qué haces en un lugar como éste?”. Avery levantó la mano para colocarse un mechón de cabello detrás de la oreja. Se obligó a mantener la calma mientras decía: “Yo… yo estoy aquí para cenar con unos amigos”. “Esto es un bar”. “Oh…”. Avery echó un vistazo al salón privado. Era una habitación grande que estaba lujosamente decorada, pero ella se sentía como si estuviera en el infierno y no podía tranquilizarse. “Yo… yo creo que he venido al lugar equivocado. Iré a buscarlos ahora”. “Avery Tate”, dijo entre dientes Elliot. Su voz era tan fría como el hielo. “¿No te has tomado en serio lo que he dicho esta mañana?”. “Te escuché”, dijo Avery. “Pero no tengo motivos para vivir mi vida siguiendo tus órdenes”. Recordó lo ocurrido la última vez como si fuera ayer. Ella no había bebido esa noche, pero él había insistido en que se había vestido como una prostituta para poder salir a beber con otros hombres. La respuesta de Avery hizo que Elliot levantara sus gruesas cejas. Sabía que ella era diferente a las demás mujeres. Tenía sus propias opiniones y no cedía ante el poder. Y lo que es más importante: por mucho que él le advirtiera con severidad, ella nunca se tomaba en serio sus amenazas. Lo que también significaba que ella no lo tomaba en serio en absoluto. Elliot agarró una copa de vino y bebió un sorbo. Avery respiró hondo y preguntó: “¿Qué haces aquí? ¿No dijiste que ibas a cenar a la vieja mansión?”. Quería preguntar qué hacía él en la habitación que el señor Z había reservado. Quería preguntar si él era el señor Z, pero no se atrevió a ser tan directa. Esto se debía a que no tenía ni idea de cuál sería su respuesta. Si era el señor Z, ¿cómo procederían a discutir asuntos de negocios? Si no lo era, ¿cómo iba a afrontar la evidente mentira que le había dicho esa mañana? “Ven a beber conmigo”, ordenó Elliot mientras la miraba con los ojos enrojecidos. Avery levantó las cejas. ¿Qué intentaba hacer ese hombre? “Ya te he dicho que no bebo”, respondió ella. No podía leer sus ojos ni tampoco su corazón. Lo único que quería hacer era marcharse de aquel lugar. “Diviértete. ¡Me voy!”. Intentó abrir la puerta, pero se dio cuenta de que estaba cerrada por fuera. No había forma de abrir esa puerta por mucha fuerza que usara. “¿Qué pasa, Elliot? ¡Déjame salir!”, exclamó ella mientras sus mejillas se enrojecían de rabia. “Te he dicho que bebas conmigo”, dijo Elliot en tono amenazante. “¿No me has escuchado o estás fingiendo ignorancia?”. El sudor frío de Avery le resbalaba por la espalda y le temblaban los tobillos. Si pudiera beber, bebería con él todo lo que él quisiera. Sin embargo, ¡no podía beber en ese momento! No podía beber aunque él la estrangulara. La puerta estaba cerrada, así que no había forma de salir. No tuvo más opción que caminar hacia él y tratar de razonar con él. “Te mentí esta mañana”, dijo Avery mientras se ponía a su lado y bajaba la mirada. “Tenía algo que hacer hoy, pero no era algo en el campus. He concertado una reunión con alguien esta noche. Aceptó invertir en la empresa de mi padre”. “¿Quién es?”, preguntó Elliot mientras levantaba la mirada y observaba las mejillas sonrojadas de la mujer. “No sé su nombre”. “¿Ni siquiera sabes su nombre, pero has venido a reunirte con él?”. “Shaun iba a venir conmigo”. “¿Dónde está, entonces?”. “Atrapado en el tráfico”. Avery respiró hondo, miró directamente a Elliot con sus ojos llorosos y dijo: “No soy una niña. Aunque sea tu esposa, tengo mi propio espacio y vida social. No tienes derecho a interferir en mis asuntos”. Mientras ella hablaba, Elliot tomó su vaso y dio otro sorbo. Ella no pudo evitar distraerse con los sensuales movimientos de la garganta del hombre. ¿Se emborracharía bebiendo así? ¿Cómo llegaría a casa si se emborrachara? Justo cuando estaba sumida en sus pensamientos, la gran mano de Elliot le sujetó el brazo. Para cuando ella notó el dolor, él ya la había jalado y la había tirado al sofá. El sofá era suave, pero aún así, Avery se sintió molesta. ¿Qué creía él que era ella? ¡¿Acaso era un juguete que él podía tirar a su antojo?! ¿No tenía permitido tener sus propios pensamientos y opiniones? Ella apretó los dientes y se levantó del sofá. Ya que él no estaba dispuesto a razonar con ella, ¡no tenía sentido contenerse! Justo cuando Avery se preparaba para levantarse, vio por el rabillo del ojo una figura alta que cernía sobre ella y le tapaba la luz. ¡Elliot estaba de pie! ¡Se levantó de la silla de ruedas! Ella lo miró en silencio mientras su mente se quedaba en blanco. Se olvidó de su ira. Se olvidó de levantarse. Se olvidó de todo lo que había querido decir o hacer. Sus labios se movieron como si quisiera decir algo, pero se quedó sin palabras. Al momento siguiente, Elliot se lanzó sobre Avery y la presionó contra el sofá. “Los hombres traen aquí a las mujeres a beber. Si no estás aquí para eso, ¡¿por qué estás aquí?!”. Él extendió sus largos y delgados dedos, y le agarró la barbilla con fuerza. Los labios rojos de la mujer se separaron por la presión que él ejerció. Con la otra mano, Elliot levantó la copa de vino que estaba sobre la mesa. El líquido rojo de la copa se agitó ligeramente de un lado a otro. El miedo se apoderó de Avery. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro. Intentó escapar, pero él la presionaba con tal fuerza que no podía mover ni un músculo. “Vienes aquí cuando un desconocido te invita… Tienes que aprender bien la lección”, dijo Elliot con frialdad antes de verter el vino en la boca abierta de Avery. Avery le agarró los brazos y trató de apartarlo, pero él no cedió por mucho que ella lo intentara. Acababa de recuperarse de una larga enfermedad, pero era aterradoramente fuerte. La imagen de Elliot levantándose de la silla de ruedas apareció de repente en la cabeza de ella. Era más alto y aterrador de lo que ella había pensado. El líquido rojo intenso entró en la boca de Avery. No lo tragó, pero la amargura del alcohol la ahogó y la hizo toser violentamente. Sentía que se ahogaba. En un momento de desesperación, el cuerpo de una persona actuará por instinto para salvarse. Avery agarró el cuello de la camisa de Elliot, presa del pánico, y tiró de ella con tanta fuerza que el botón se rompió. El botón rodó por el suelo, y el hombre sintió una cola de aire frío que le golpeaba el pecho desnudo. Elliot miró el rostro de la mujer frente a él que estaba enrojecido por la agonía. Su pecho se apretó y su corazón se ablandó de repente. Entonces le soltó la barbilla. Avery giró inmediatamente la cabeza y escupió el vino de su boca. “¡Te odio, Elliot Foster!”, gritó ella con los ojos llorosos y los puños cerrados. “Solo fue un trago. ¿Era eso tan difícil?”. La compasión en los ojos del hombre desapareció. Sus delgados dedos cayeron sobre el cuello de la camisa de Avery y la desabrocharon, lo cual dejó al descubierto su exquisita clavícula. “¡Si no fuera yo, otro hombre te estaría haciendo esto! ¡Estas son las consecuencias de tus mentiras!”.

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