Capítulo 30
—¿Podrías dejar de molestar a José? Considera que te debo una.
El silencio en la habitación era tal que se podía oír caer una aguja. Mi respiración se volvía más agitada, sabía que Carlos podría sentirse herido, pero mi mayor deseo era que José estuviera bien.
En la oscuridad, no podía ver su expresión, pero podía sentir claramente su dolor. Con dificultad, él emitió una voz.
—Está bien.
—Gracias.
Le agradecí sinceramente.
—No me digas gracias.
Callé.
Nos quedamos mirándonos fijamente.
—Deberías dormir.
—Temo que cuando despierte, te hayas ido.
Su voz temblaba al final, claramente aterrado.
—No lo haré. —Mi corazón tembló ligeramente, y me volteé de espaldas a Carlos.
En la cama, me encogí un poco, aliviada de que José estuviera a salvo, sintiendo que una gran carga se había levantado de mis hombros.
El día que Carlos fue dado de alta, fui personalmente a recogerlo.
Él me seguía de manera lamentable.
Giré la cabeza; sus ojos no se despegaban de mí ni un momento.
A través del espejo
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