El gran lobo rubio caminaba con confianza al lado de su diosa. Ella era la madre de todo. Era de estatura media, adecuada para una mujer de su edad, y siempre regordeta cargando nuevas creaciones. Su piel era de un color melocotón dorado y tenía un cabello largo que consistía en plantas. El follaje verde se retorcía y giraba sobre sí mismo con una hoja o flor que aparecía aquí y allá. Sus ojos brillaban como esmeraldas y su rostro de elfo brillaba con el amor y la pasión que sentía por la vida. Después de detener el último plan de Urano para controlar su destino, caminó con gracia y se paró frente a los dos hombres en el suelo. Le hizo un gesto al lobo para que se sentara. Lo hizo con la gracia de un alfa. Se sentó mirando a cada una de las personas o cosas que los rodeaban. Estaba desafiando a cualquiera de ellos a moverse en contra de su diosa. Se detuvo cuando vio a la única persona que había estado buscando desde su desaparición en el reino terrenal. Se sentó esperando que ella lo