La cabeza de Severin estaba zumbando. Él no podía creer que tuviera un hijo y se preguntaba si esa gordita y adorable niña llamada Selene era su hija.
“Esa niña... ¿es mi hija?”. Severin sacudió la cabeza y le resultó difícil de creer.
Diane se acercó a Severin y apretó los dientes. Todo el sufrimiento que ella había experimentado en los últimos cinco años se concentró en las lágrimas que brotaron de sus ojos. Ella abofeteó a Severin sin dudarlo y dijo: “¡M*ldito! ¿No recuerdas lo que pasó la noche antes de que te detuvieran? ¿Tienes alguna idea de lo que tuve que pasar en los últimos cinco años y de cuánta angustia tuve que soportar?”.
Severin estaba tan estupefacto que ni siquiera detuvo su bofetada. Él podía sentir lo difícil que era para una hija de una familia aristocrática ser expulsada de su casa mientras estaba embarazada. Era probable que hubiera pasado los nueve meses del embarazo sola nueve meses, sin nadie que siquiera cuidara de ella.
Su vida ya era bastante dura, pero