Capítulo 390

René, molesto, dijo:—Siempre con lo mismo, hablando de destruir esto, destruir aquello. ¡Maldita sea, ya basta con tu jactancia! Mi nieto fue golpeado, no se va a quedar así. Cipriano, con voz fría, respondió:—Mientras no uses armas, mientras no actúes con tu autoridad. Puedes hacer lo que te dé la gana. ¡Que se derrumbe el cielo, no me importa! René, apretando los dientes, dijo:—Está bien, lo que dices. Pero no me vengas a llorar cuando vea cómo vuelvo Ciudad del Viento del revés. Dicho esto, levantó la mano y arrojó el teléfono al suelo. ¡Pah! El teléfono cayó al suelo, rebotó un poco, rodó hacia adelante durante un momento y luego se detuvo. René, con los dientes apretados, maldijo:—Espera, viejo. Tú tienes una enfermedad terminal, no te queda mucho por vivir. Cuando te mueras, voy a descargar toda mi furia sobre tus descendientes. El hombre de mediana edad se quedó mirando con los ojos abiertos; era la primera vez que escuchaba que Cipriano tenía una enfermedad termi