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Capítulo 311

Cuando Adrián y yo bajamos del automóvil, Silvia estaba en la mecedora del patio leyendo un libro. El viento jugaba con el dobladillo de su falda, creando una escena casi etérea y soñadora. Silvia estaba tan concentrada en su lectura que ni siquiera notó que habíamos parado el coche en la entrada, hasta que Tomás exclamó: —Silvia, ¿adivina quién vino? —Tomás, tu coche viejo suena como un tractor; no necesito mirar para saber que eres tú. —respondió Silvia, provocando mi risa espontánea. Tomás parecía un poco avergonzado, se tocó la cabeza y dijo: —No solo estoy yo, hay alguien más. Silvia, con calma, pasó una página del libro y continuó leyendo, ignorando a Tomás. Tomás intentó añadir algo más, pero negué con la cabeza y me dirigí hacia ellos. Me situé detrás de Silvia, observé el libro en sus manos y sonreí: —¿No es ese el libro que ya habías leído antes? La última vez que estuve aquí, ese libro reposaba en la mesita de noche de Silvia; una novela romántica bastante antigua. Silvia se

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