Capítulo 10

El rostro de Laura se tornó visiblemente desagradable; su cara, ya de por sí pálida, se volvió aún más lívida. La mano con la que sostenía el jugo temblaba.—Lo siento, yo... yo no lo hice a propósito. Parecía tan frágil y lamentable, como si yo hubiera dicho algo inapropiado que la hubiera herido. Pero no me detuve. Ya que lo mencioné, decidí hablar claro.—Quizás no lo hiciste a propósito, pero el hecho es que nos has afectado. Cuñada, si realmente no fue tu intención, sería mejor que prestaras más atención en el futuro. No es necesario que te disculpes. —Si Francisco estuviera aquí, jamás habría molestado a Alejandro,—dijo Laura, y las lágrimas volvieron a caer. La frase "las mujeres están hechas de agua" se comprobaba en ella. Lo que dijo estaba lleno de habilidad, y no había mucho que yo pudiera responder. —Carmen,—Laura me miró, sus ojos centelleaban.—Busqué a Alejandro porque Francisco me lo pidió antes de morir, y Alejandro aceptó. Sus manos no paraban de frotar la taza.—Si no fuera por eso, nunca habría buscado a Alejandro. Con esto, se estaba justificando, y de paso, insinuando algo sobre mí. Todos somos adultos, ¿quién no tiene sus propios trucos? —Cuñada, es cierto que Alejandro prometió a tu esposo cuidarte, pero ese cuidado debe tener límites. Después de todo, ahora estás sola, y la gente podría empezar a pensar y decir cosas si los ven juntos todo el tiempo,—dije, haciendo una pausa. —Cuñada, no importa lo que digan de Alejandro, pero tú, siendo una mujer, no deberías ser objeto de chismes. Si en algún momento estos rumores llegan a oídos de tu hijo, no será nada bueno, ¿verdad? Si ella quiere interpretar el papel de la inocente, yo no tengo problema en jugar el de la santa. El rostro de Laura se volvió aún más sombrío.—Carmen, dices todo esto porque te molesta que Alejandro me cuide, ¿no? ¿Es que no confías en él, o acaso no tienes confianza en ti misma? Su mordaz pregunta rompió completamente con su personaje. La miré y solté una pequeña carcajada. ¿La dulce conejita finalmente mostró los colmillos? ¿Ya no va a fingir? Antes de que pudiera decir algo, de repente, las lágrimas de Laura cayeron de nuevo.—Carmen, lo siento mucho. Si todavía estás molesta, puedes golpearme o insultarme, pero no hables de mi hijo. —¿Eh?—¿Acaso mencioné a su hijo? Laura se levantó, con una mano en el vientre, emanando una clara impresión de estar embarazada, y se dispuso a marcharse. Alejandro dio un gran paso adelante para detenerla. Esta era la tercera vez esta noche que intentaba retenerla. Sus ojos oscuros me miraron con ira, y con una voz helada, me espetó:—Carmen, ¿qué estás haciendo? En ese momento comprendí por qué Laura mencionó de repente a su hijo. Esta era una treta tan usada que ni siquiera los dramas de televisión la emplean ya, ¡y aun así ella la puso en práctica! —¿Qué he hecho?—Al ver el frío en los ojos de Alejandro, mi corazón se llenó de amargura. Ni siquiera me preguntó qué sucedió, y ya estaba reprochándome. Llevamos diez años juntos, y ni siquiera eso supera el pequeño truco de Laura. —Alejandro, por favor, no discutan,—Laura lo tomó del brazo.—Fue mi culpa, sé que siempre te estoy molestando, ocupando tu tiempo. Es mi error... Esto no era autoinculpación ni intento de apaciguar las cosas, sino todo lo contrario, estaba avivando las llamas. —Alejandro, lo siento, estoy interfiriendo en sus vidas.—Laura soltó la mano de Alejandro y salió corriendo. —¡Laura!—Alejandro gritó y se dispuso a seguirla. —Alejandro,—lo llamé.—Tengo la ropa sucia. Al escuchar mis palabras, miró la otra mano que tenía libre, como si de repente recordara que estaba en mi período. Un segundo después, dejó la caja de compresas que había comprado para mí sobre la mesa, y luego se quitó la chaqueta.—Carmen, Laura está embarazada; sus emociones son muy inestables. No puede pasarle nada. Tras decir esto, me tiró la chaqueta y se dispuso a correr tras ella. —Alejandro, si vas tras ella, terminamos.—Mis palabras lo detuvieron.