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Capítulo 2

—Todo lo anterior se realizó conforme a la ley. —aseguró Silvia, sin haberse aprovechado de él en ningún momento: —En cuanto al niño, dado tu comportamiento inapropiado, no puedo permitir que viva contigo. —Cinco años de matrimonio y nunca has aportado económicamente nada. —Diego lanzó las palabras sin piedad alguna: —¿Por qué debería darte la mitad de lo que he ganado? —Yo he cuidado de ti y de Carlitos. —replicó con firmeza Silvia. Diego la miró con frialdad: —¿Y qué? ¿Y qué? Silvia parecía verlo claramente por primera vez. —Si has pensado usar los bienes matrimoniales para pagar los elevados gastos médicos de tu madre, te sugiero que descartes esa idea de inmediato. —Diego lanzó furioso el acuerdo de divorcio sobre la mesa. Silvia lo miró fijamente: —¿Qué quieres decir? —Pues, que no hay bienes matrimoniales. —Diego aclaró su duda: —Si no me crees, puedes demandar el divorcio y solicitar que el tribunal investigue a ver si miento. Silvia quedó desconcertada. Tras un breve momento de silencio, lo entendió todo. Desde la primera vez que lo cuestionó, hasta ahora que su actitud hacia ella había cambiado, él ya había transferido los bienes matrimoniales. Era demasiada coincidencia haber escuchado esas palabras justo en la puerta del privado. Ahora lo veía todo con más claridad. Él lo había planeado de antemano. Solo estaba esperando que ella lo descubriera. Luego, plantearía lógicamente su petición de mantener la estabilidad en el hogar mientras mantenía con descaro una relación extramatrimonial. Diego. Qué astuto eres. ¿No? —No era necesario. —Silvia lo vio claro, consciente de que Diego era muy meticuloso, imposible de atraparlo en un error: —Listo firma aquí, solo quiero al niño. Diego firmó. Su letra era tan elegante como siempre. Sin embargo, ahora, para Silvia, solo le provocaba repulsión. A la mañana siguiente. Silvia y él acudieron juntos a las oficinas del registro civil para presentar la respectiva solicitud de divorcio. Durante todo el proceso, él no intentó retenerla; no mostró remordimiento alguno, solo la misma calma de siempre. Al firmar, Silvia lo miró una vez más. No pudo evitar preguntarse cómo había sido capaz de tratarla bien durante tantos años sin amarla realmente. ¿Qué significaba entonces para él su relación? —Su solicitud de divorcio ha sido aceptada, sin ningún problema el período de reflexión era de un mes. Desde el 13 de mayo y durante treinta días, cualquiera de las partes podía revocar la solicitud. —informó el empleado, entregando a cada uno un recibo: —Del 13 de junio al 12 de julio podían presentar sus documentos válidos y otros requisitos para obtener el certificado de divorcio. Si no se solicitaba, se consideraba como una revocación de la solicitud de divorcio. Cada uno tomó su copia. Al salir de las oficinas del registro civil, Silvia no regresó a casa con él, sino que fue a ver a su buena amiga Ana Rodríguez. Necesitaba hablar con alguien sobre algo tan importante como esto. Cuando llegó a casa de Ana, que acababa de levantarse y al notar que Silvia estaba visiblemente triste y algo preocupada, preguntó ansiosa: —¿Por qué te ves tan deprimida y pálida? ¿No me digas que [el sigue con la misma tónica de hacerte la vida imposible? —Me he divorciado de Diego. —Silvia lo dijo con calma, aunque por dentro se sentía desgarrada. Amar a alguien de verdad. ¿Cómo no le iba a doler? Ana, incrédula, exclamó: —¿Qué, qué? —Vamos, ¿quién no sabe que Diego te ha adorado como si fueras sus propios ojos, con un cuidado tan extremo, temiendo siempre que sufrieras el más mínimo daño? Aunque todo el mundo se divorciara, con su carácter protector hacia su esposa, nunca habría permitido que te fueras. —Pues esto era verdad. —Silvia se mantuvo seria. Al verla así, Ana supo que no estaba bromeando y enseguida inquirió por más detalles. Silvia se los proporcionó. Después de conocer la razón del divorcio, Ana, de por sí de carácter impaciente, se enfureció: —¡Canalla! Diego en verdad no era una buena persona, ¡qué descaro tener ese tipo de exigencias! —¿Sabe de tu relación con Elena? —preguntó Ana. —Lo sabe. —Las relaciones de Silvia habían sido investigadas por Diego. —Sabiendo eso, aún lo mencionaba, ¿estaba loco? —Ana se indignó aún más y, levantándose de un salto, dijo: —Vamos, vamos a golpearlo. No puedo soportarlo sin darle una paliza. —¿Crees que podrías acercarte a él? —Silvia le recordó ser prudente. Ana quedó sin palabras. Tener un adversario tan formidable no era algo bueno. —¿Estás segura de que no tiene bienes matrimoniales a su nombre? —tras un breve silencio, Ana reflexionó con seriedad: —¿Podría estar diciéndolo solo para engañarte? —Eso ya no importa. —Silvia lo veía claro. Ana estaba desconcertada: —¿Cómo que no importa? —¿Y qué si los tiene? Con su carácter, nunca me dejaría obtener nada. —Silvia expresó la cruda verdad: —Además, las pruebas para demandar un divorcio son difíciles de reunir; aunque se reúnan, la mayoría solo sirven como evidencia secundaria, no como prueba directa. Demandar un divorcio podía sonar bastante fácil, pero era muy difícil, especialmente cuando el adversario era alguien como Diego. Él es muy meticuloso en sus acciones; nunca podría descubrir el dinero que gastó en Elena, y mucho menos encontrar pruebas de que vivían juntos tan cómodos como marido y mujer. Lo único que podía hacer era llevarse a su hijo y alejarse de este hombre lo más lejos posible cuyas convicciones se habían derrumbado. —Yo diría que no te divorciaras, mantén tu posición de esposa. —Ana cada vez estaba más convencida de que Diego no era una buena persona: —Gasta a manos llenas su dinero, deja que Elena solo sea la amante rechazada por la sociedad para siempre. —¿No es eso exactamente lo que él quiere? —Silvia estaba muy lúcida. Ana se detuvo de forma abrupta. Dándose cuenta de que eso era cierto, casi muere de rabia. —Pensar que antes consideraba a Diego como uno de los mejores hombres de nuestro círculo... —¿Qué planeas hacer ahora? —Ana no podía dejar pasar esto tan fácilmente: —No puedes dejar que esos dos malvados tengan una vida cómoda. —Primero, mudarme. —Silvia había estado pensando en esto desde la noche anterior: —Estabilizarme un poco y luego buscar un trabajo. —No fuiste tú quien fue infiel, ¿por qué te tienes que mudar? —Ana no estaba de acuerdo con esa idea: —Quédate con Carlitos ahí, a ver si se atreve a echarte. —No lo hará personalmente, pero encontrará la manera de forzarme a irme. —Silvia definitivamente había conocido a Diego la noche anterior. —¡Desgraciado! —Ana nunca pudo calmarse: —Pensar que antes creía que él era un hombre excepcionalmente bueno... Silvia cerró los labios y bajó con tristeza la mirada. Antes de que ocurriera este evento, ella también había pensado que Diego era la luz que la sacó del fango de su padre. Ahora sabía que él era otro abismo. Uno que se llevaba el dinero y la dejaba a ella y a su madre por siempre estancadas. Y otor que transfería bienes dentro del matrimonio, exigiendo que ella aceptara la existencia de otra mujer. Estas dos miserables personas estaban muy cerca de ella. Sin embargo, eran sorprendentemente similares. Ana aún pensaba cómo ayudar a Silvia a obtener el máximo beneficio cuando el celular de Silvia de repente sonó. Al ver que era el hospital, Silvia contestó asustada. —Señora Silvia, el presidente Diego ha detenido los pagos médicos de su madre para el próximo mes y más allá. —Informó de inmediato el doctor: —¿Podría venir ahora para discutir el plan de tratamiento futuro? —Voy enseguida. —Silvia no lo pensó mucho. Colgó y le dijo a Ana que tenía algo que hacer antes de levantarse para ir al hospital. En la oficina, esperándola junto al médico, también estaba Diego.

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