Capítulo 19
Silvia llegó al hospital lo más rápido que pudo, con la mano helada mientras contestaba la llamada.
Al llegar al consultorio del doctor, preguntó con gran urgencia: —Doctor Eduardo, ¿cómo está mi madre?
—La situación se ha estabilizado por ahora, pero necesita con urgencia una cirugía. —Explicó el doctor Eduardo mientras le mostraba los informes y detallaba: —Es una operación de alto riesgo. Si tiene éxito, tu madre podría despertar en uno o dos meses, pero si esta falla, podría depender de un respirador de por vida.
Las manos de Silvia se cerraron con dolor en un puño, sintiendo cómo su corazón se estrujaba con fuerza.
El doctor Eduardo continuó: —Pero si no la operamos, no sobrevivirá este mes.
—Hágalo. —decidió Silvia sin dudarlo dos veces: —Por favor, haga todo lo posible por salvarla. Pagaré lo que sea necesario.
El doctor Eduardo vaciló un momento.
Sabía bien la situación entre Silvia y Diego, había escuchado rumores, y para ella, esa cantidad de dinero representaba una suma algo inalcanzable.
—Trata de reunir el dinero en estos días, al menos cincuenta mil dólares. —Le dijo al notar la preocupación en su rostro: —Si las cosas se complican, los costos podrían aumentar de manera significativa.
Silvia se quedó en estado de shock.
¿Cincuenta mil dólares?
—De acuerdo. —respondió, sintiendo el peso de la presión sobre sus hombros. No importaba cómo, tenía que salvar a su madre: —Conseguiré el dinero lo antes posible. Confío en usted para la cirugía.
—Entonces firma esto primero. —Le indicó el doctor Eduardo, entregándole en ese instante el consentimiento quirúrgico y explicándole la situación: —En caso de emergencia, necesito autorización inmediata para operar.
Silvia tomó la hoja y firmó sin dudar.
Pero cuando sujetó el bolígrafo, su mano temblaba incontrolablemente.
El doctor Eduardo notó este pequeño detalle y, tras pensarlo un momento, le dio una sugerencia: —Si realmente no puedes conseguir el dinero, podrías hablar con el presidente Diego. Legalmente, todavía son esposos. Él no debería ignorar esta situación.
Silvia no respondió a su sugerencia.
Diego incluso había bloqueado su acceso al trabajo, ¿cómo podía esperar que pagara la cirugía?
Él deseaba que, después de dejarlo, su vida fuera un verdadero infierno.
Después de firmar, Silvia se dispuso a ver a su madre, pero al girar, vio a Diego aparecer en la puerta. Alto y erguido como siempre, su presencia irradiaba distinción y una frialdad total. Sus ojos, indiferentes, la recorrieron brevemente antes de dirigirse al doctor para preguntar por la situación actual.
Después de que el médico terminara de explicarle, Diego preguntó directamente el costo de la cirugía.
El doctor se lo informó con franqueza.
Al escuchar que eran cincuenta mil dólares, Diego giró la cabeza hacia Silvia y, con un tono de orden inquebrantable, le dijo: —Ven conmigo.
Silvia se quedó inmóvil como tonta, sin responder.
Sin darle opción alguna, Diego la tomó de la muñeca y la arrastró a la habitación contigua.
—¿Te has arrepentido acaso? —preguntó, sentándose con elegancia y mirándola fijamente.
Silvia entendió a qué se refería. Era la misma pregunta que le había hecho unos días atrás en ese mismo hospital. Apretó los labios con terquedad: —Y dijo con firmeza. No me arrepiento.
Diego la miró con frialdad, convencido de que necesitaba una severa lección, y al tomar su muñeca la atrajo hacia él, obligándola a sentarse en su regazo; cuando Silvia intentó levantarse, él la retuvo con fuerza, inmovilizándola en su abrazo.
—Sabes que me han gustado las mujeres obedientes. ¿Cierto?— murmuró Diego, deslizando sus manos sobre su cintura y disfrutando la suavidad de su piel.
Silvia forcejeó, pero él la mantuvo atrapada sin esfuerzo.
—Ríndete, suéltate conmigo y pide disculpas a tu manera. Si lo haces, consideraré olvidar lo que ocurrió antes. —Susurró, mientras acariciaba con su pulgar los labios de Silvia, provocando de esta forma un escalofrío en su cuerpo: —Y también me encargaré del tratamiento y los gastos correspondientes de tu madre.