Capítulo 59
El terreno era completamente plano por detrás, y Ángeles apenas podía mantener el ritmo.
Sin embargo, al prepararse para saltar la alta valla de la villa Casa Castro, Ángeles solo deseaba tener alas para poder volar.
La valla resultaba demasiado alta y, en la parte superior, además de las puntas afiladas, se extendía una serie de alambres de hierro enredados con pequeñas y filosas espinas.
¿Qué sucedería si se enganchara en una de ellas?
Ángeles decidió rendirse.
Sin una escalera, de todas formas, no podría cruzarla.
Vicente lanzó una mirada hacia Ángeles y, de manera enigmática, le aconsejó: —Te sugiero que cierres los ojos, será mejor.
—¿Qué?
Antes de que Ángeles pudiera reaccionar, sintió cómo su cuerpo se elevaba de repente, llevada por una fuerza poderosa que evitaba que cayera; los brazos que la rodeaban por la cintura, aunque delgados, eran fuertes y transmitían gran seguridad.
Aprovechando el momento, Ángeles miró hacia abajo y sus pupilas se dilataron al instante.
Las puntas d
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